Seguro que más de una vez te habrás preguntado si merece la
pena luchar por llegar a la meta, merecerá la pena repetir aquellas palabras de
Pablo al joven Timoteo, “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he
guardado la fe”(1 Timoteo 4.7). La carrera del cristiano es una carrera de
fondo, de perseverar, de sufrir, de luchar, porque nadie puede llegar al cielo
con la frente seca, los hombres relajados y los pies suaves.
El cristianismo
comienza con la auto-negación, la carga de la cruz y el seguimiento (Lucas
9.23-26). Se requiere determinación para entrar por la puerta estrecha, y el
abandono de los placeres del pecado para viajar por el camino difícil (Mateo
7.13-14). Alguien puede tener que llegar a Cristo a pesar de las objeciones de
la familia (Mateo 10.34-35), el ostracismo de los amigos (1 Juan 3.13) y la
burla del mundo (Mateo 5.10). Muchos puede correr el riesgo de ser catalogado
como parte de una secta, ser odiado, puede sufrir persecución debido a las
leyes del mundo, y en algunos lugares puede ser muerto prematuramente como
mártir (Apocalipsis 2.10).
Incluso si puede evitar estos problemas, el cristiano tendrá
que hacer inversiones significativas. Tiempo, dinero, familia, trabajo,
placeres, etc.
La pregunta es: ¿Valdrá la pena vivir la eternidad con Dios?
Juzguen ustedes mismos
Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo
y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva
Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada
para su marido. Y oí una gran voz del
cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará
con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios.
Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá
más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. Y el que
estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me
dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas. Y me dijo: Hecho
está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tuviere sed, yo
le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida. El que venciere
heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo. (Apocalipsis
21.1-7)
Dios ha preparado un lugar muy hermoso en el cielo para
todos sus hijos, pero de este lugar se nos da muy pocos detalles, son obstante,
en estos versículos podemos deslumbrar un poco lo que será la eternidad con
Dios, una eternidad realmente gloriosa.
Nuestra eternidad será un lugar donde todas las cosas serán
hechas nuevas.
Nuestra eternidad será un lugar de constante comunión con Dios.
Nuestra eternidad será de gozo, sin penas ni dolor.
Nuestra eternidad será un lugar donde no padeceremos
necesidad.
Nuestra eternidad será el momento donde recibiremos nuestras
recompensas.
Aunque Dios ha revelado a su pueblo una cierta medida de lo
que «ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre» (1 Corintios
2.9), indudablemente hay mucho más que Dios revelará al hombre en la eternidad.
Por tanto, Dios nos promete una eternidad de gloria, pero para heredarla es
necesario que renunciemos a nuestros pecados y seamos salvos por medio de la fe
en Cristo Jesús. Estas dispuesto a luchar por esa eternidad con Cristo.
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