¿Alguna vez has sentido envidia de algo o de alguien? Seguro
que si, por lo menos una vez a lo largo de nuestras vidas. Según el diccionario
Bíblico Cristiano la envidia es el sentimiento de molestia por el bien ajeno,
porque otro tiene algo que deseamos para nosotros. La envidia es un sentimiento
de tristeza o enojo por los bienes y privilegios de que otros disfrutan. Generalmente
produce la inclinación a tratar de poseerlo o destruirlo y sobre todo a sentir
odio hacia la persona que posee lo que deseamos.
Cuando vemos a nuestro
alrededor que otros tienen más que nosotros, o cuando revisamos las redes
sociales y observamos que los demás tienen aparentemente una mejor vida, ¿nos
alegramos o sentimos envidia?
La envidia nos puede hacer mucho daño, nos puede hacer daño hasta
en la salud. Estos sentimientos negativos tienen un gran poder sobre nuestro
cuerpo físico. Es por eso que en la Palabra de Dios se nos dice que: “El
corazón tranquilo da vida al cuerpo, pero la envidia corroe los huesos.” (Proverbios
14.30)
Todos lo hemos sentido. Y aunque hacemos todo lo posible, es
difícil ser feliz cuando luchamos contra el monstruo verde de la envidia. La
envidia es algo con lo que mucha gente lucha. Pero, ¿cómo tratamos con el
monstruo de ojos verdes?
La Palabra de Dios nos dice que lloremos con los que lloran
y que nos regocijemos con los que se regocijan. (Romanos 12.15).
¿Nos regocijamos con los que reciben lo que nosotros
queremos? O seguimos pensando que
deberíamos ser nosotros los que deberíamos ser los agraciados. A menudo, cuando
sentimos que la envidia se avecina, necesitamos reenfocarnos. Necesitamos
recordar con qué nos ha bendecido Dios cada día y dejar de compararnos con los demás.
Nadie gana con las comparaciones.
Juan 21.20-22, Pedro preguntó a Jesús cómo moriría Juan.
Jesús le contestó que no debía preocuparse por eso. Tendemos a comparar nuestra
vida con otros, sea para racionalizar nuestro nivel de devoción a Cristo o para
cuestionar la justicia de Dios. Jesús nos contesta en la forma que lo hizo a
Pedro: "¿qué te importa a ti? Tú sígueme.
Muy a menudo tenemos la tendencia a maximizar nuestros
logros y minimizar los logros de los demás. ¿Nos comportamos así? Somos ese
tipo de persona que cuando se trata de hablar de lo que nosotros hacemos lo
describimos como lo más maravilloso que se puede hacer, pero cuando se trata de
hablar de lo que otro hace lo describimos como algo insignificante?
Si es así, cuidado hemos permitido que la envidia se aloje
en nuestro corazón.
Satanás lo sabe. Siempre está listo para señalar cualquier
cosa que nos haga quejarnos, y luego enumerará todas las razones por las que
tenemos derecho a estar enojados, a estar insatisfecho. Buen ejemplo tenemos para
no aprender de quien hizo lo mismo?
Satanás fue una vez el ángel más hermoso (Isaías 14.12).
Pero eso no fue suficiente para él. ¿Y con quién se quería comparar? “Subiré al
cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el
monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré
semejante al Altísimo”. (VS-13-14)
Satanás estaba descontento. Servir a Dios no era suficiente:
quería la posición de Dios, así que Dios lo echó del cielo, pero su caída se
debió a dos cosas:
1.- La envidia que lo condujo a desear suplantar el reino de
Dios por el suyo.
2.- La autosuficiencia de que él era capaz de hacer las
cosas sin contar con Dios.
¿Pero qué podemos hacer cuando nos ataque el monstruo verde
de la envidia?
1. Dar gracias a Dios por lo que tienes. (1 Tesalonicenses 5.18).
¿Es un automóvil que desea que no puede pagar todavía? Entonces, gracias a Dios
por el que tienes que todavía está corriendo. Dale las gracias que puedes
arreglarlo, una vez más.
2. Regocijarte con los que se regocijan. Los cristianos
debemos ser un pueblo unido; cada éxito individual es una bendición para todos
nosotros (1 Corintios 12.25-26) Por eso, si a un cristiano se le asigna una
nueva responsabilidad, ¿no deberíamos alegrarnos por él, en vez de tenerle
envidia?
Y tercero. La manera más eficaz de ganarle la partida a la
envidia es amar, cuando permitimos que el amor de Dios llene nuestras vidas no
tendremos otra alternativa que aprender a alegrarnos por las bendiciones que
otros reciben, porque el amor no tiene envidia. El amor es sufrido, es benigno;
el amor no tiene envidia… (1 Corintios 13.4)
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