“Por tanto, imiten a Dios, como hijos muy amados, y lleven
una vida de amor, así como Cristo nos amó y se entregó por nosotros como
ofrenda y sacrificio fragante para Dios” (Efesios 5.1-2)
Muchos de nosotros tenemos alguien a quien admiramos, que
nos fascina la forma de como ese alguien actúa, que nos encanta como desempeña
su profesión, ya sea un adorador, un predicador, un artista, un deportista, un maestro, etc.
Tener un ejemplo a seguir es bueno siempre y cuando nos
incite a ser cada día mejores, quizás observábamos a un deportista y queríamos
ser tan habilidoso, con la misma fuerza, resistencia y técnica que él; tal vez
mirábamos como ejemplo a algún artista de música, o alguna figura pública, o a nuestros padres, hermanos o algún compañero
del colegio.
No es malo tener una persona que sea un modelo de conducta
para ti, sabiendo que un modelo de conducta es una persona que respetas,
admiras y deseas imitar. Te des cuenta o no, todos tenemos modelos de conducta.
Cuando llegamos a los caminos del Señor arrastramos esta
mentalidad la cual no es mala, siempre y cuando esas personas no se conviertan
en un ídolo para nuestra vida quitando el primer lugar a Dios. Suele ocurrir que
en vez de sentir admiración por estas personas empezamos a adorarlas como si
fuera el mismo Dios, y en algunos casos ni Dios mismo es adorado de esa
magnitud.
Si estás buscando un modelo de conducta, la Sagrada
Escritura es un buen lugar para buscarlo. En el libro de Efesios, Pablo le dice
a las creyentes de la iglesia de Éfeso “Por tanto, imiten a Dios, como hijos
muy amados, y lleven una vida de amor, así como Cristo nos amó y se entregó por
nosotros como ofrenda y sacrificio fragante para Dios”. (Efesios 5.1-2).
Si queremos ser imitadores de Dios, debemos imitar lo que ÉL
hace, para entonces llegar a ser como ÉL es.
Dios es amor (1 Juan 4.8), por eso debemos andar en amor. (Efesios
5.1-2)
Dios es luz (1 Juan 1.5), por eso debemos andar en luz. (Efesio
5.3- 14)
Dios es verdad (1 Juan 5.6), por eso debemos andar
sabiamente (Efesios 5.15-21).
El Señor no nos obliga a imitarlo. Más bien, nos honra
concediéndonos libre albedrío. Por lo tanto, cada uno de nosotros debemos
decidir si nos esforzaremos por actuar como El actúa. (Deuteronomio 30.19-20).
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