19 julio 2015

¿Cumplimos lo que prometemos?

Muchas veces he puesto en entredicho la utilidad de los programas electorales por absurdos, porque no cumplen lo que prometen, porque no son entendibles para la mayoría de los ciudadanos, y porque dicen una cosa  y a  la hora de la verdad hacen otra. La ya Presidenta de la Comunidad de Madrid, la Sra. Cifuentes en uno de los puntos de su programa electoral prometía la revisión del modelo de financiación de las universidades y la reducción de las tasas universitarias. 


Por una vez se ha cumplido lo pactado, porque nada más aterrizar en la Presidencia de la Comunidad la Sra. Cifuentes acaba de aprobar una rebaja del 10% es estas tasas, un importante ahorro para muchas familias sobre todo es estos momentos tan difíciles.
Pero que quede claro que no ha hecho nada del otro mundo, sencillamente ha cumplido lo prometido en su programa electoral y ha conseguido renovar su confianza en sus votantes.

La palabra de Dios muestra este principio de una forma clara: “Cuando hagas una promesa a Dios, no tardes en cumplirla, porque a Él no le agradan los necios. Cumple lo que prometes,) pues vale más no prometer, que prometer y no cumplir”. [1]

Tal amonestación es más que una simple sugerencia,  es la invitación a desarrollar toda una filosofía de vida basada en la responsabilidad, la honestidad y la fidelidad que deben caracterizar a todo hombre y mujer. Aparte debo decir además que es un mandamiento que debe ser observado con más detenimiento por todos los que nos llamamos creyentes.

Nuestro si debe ser si y no nuestro no debe ser no. [2] Debemos ganarnos por nuestra buena conducta y reputación, la credibilidad de la gente en cuanto a las cosas que decimos. Que tus acciones hablen más que tus palabras, que lo que hagas sea mejor que las promesas que puedas decir.

El Señor nos cuenta una parábola, [3]  Un hombre que tenía dos hijos y les pide a ambos que vayan a trabajar en su campo. Escucha dos respuestas y dos actitudes diferentes: uno dice que  va,  pero no fue, y el otro afirma que no iría, pero finalmente  fue.  Y viene la pregunta realmente contundente:
¿Cuál de los dos hizo la voluntad de su padre?  La parábola concluye diciendo que aquel que se fue a trabajar. 

En la vida diaria prometemos muchas cosas. Quizá  prometimos dejar de practicar ese pecado que tanta vergüenza trae a nuestra vida, sin embargo no lo hemos dejado de practicar, quizá prometimos comenzar a orar  y leer la Biblia cada día más, sin embargo no lo hemos cumplido, quizá prometimos al Señor servirle con todo nuestro corazón y ahora ni siquiera queremos mover un dedo para servirle, quizá prometimos volver a empezar en nuestro primer amor hacia Dios y sin embargo no lo hemos cumplido y cómo esa llevamos cientos de promesas que solo quedaron en eso, promesas. Casi siempre las promesas son buenas y despiertan entusiasmo, sin embargo, viene el otro lado de la moneda, que es justamente cumplir lo que hemos prometido.

Prometer y no cumplir nos hace personas irresponsables, sin ninguna credibilidad, y si encima uno va repitiendo este procedimiento, finalmente perdemos fiabilidad frente a las personas de nuestro alrededor. Debemos tener en cuenta, la desilusión que hacemos sentir a alguien que  ha confiado en una de nuestras promesas.

Prometer cosas solamente para agradar a las personas,  para parecer buenos hombres, para tener la “presunta” confianza de los demás,  y tener la intención de no cumplir la promesa es sencillamente hipocresía.

Además de las promesas que hacemos y no cumplimos en la vida común y corriente, es menester analizar las promesas que hacemos a Dios y preguntarnos: ¿cumplo las promesas como corresponde? Si prometemos y cumplimos, mereceremos escuchar el elogio: Este ha hecho la voluntad de Dios. Sin embargo, si hacemos al revés, prometemos, juramos y firmamos, pero sin cumplir lo prometido, entonces estemos seguros de que los cobradores de impuestos y las prostitutas, [4]  llegarán antes en el Reino de Dios, no por su condición actual, sino por su esfuerzo por cambiar y hacer la voluntad del Señor.

Dios no exige de ti promesas, pero si anhela ver en ti un cambio que solo puede ser comprobado por las acciones que realices y no por las bellas palabras que puedas pronunciar.

Que Dios te bendiga.


[1].-  Eclesiastés 5.4
[2].-  Santiago 5.12
[3].-  Mateo 21.28-32    

[4].-  Mateo 21.31    

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