18 agosto 2013

Las falsas perspectivas de la oración

Estando visitando enfermos en el hospital me encontré una mujer que no era creyente, aunque, como ella misma me comento,  había conocido a Dios y había vivido una vida cristiana  intensamente con anterioridad. Le pregunté qué le había pasado. Su respuesta me dejó trastornado: “Dios me defraudó”.

 Y pasó a explicarme que ante una serie de problemas muy graves había estando orando intensamente; y que a pesar de sus oraciones no había pasado nada. Me estaba diciendo: “¿qué quiere que haga? con un Dios que no me hace caso  no voy a ningún lado. No me sirve
Es duro ver que personas se sientan decepcionadas por Dios. Hombres y mujeres que se apartan de Dios porque sienten que Dios no estuvo a la altura de lo que se esperaba de El...  

Se sienten frustrados con Dios  por no conseguir lo que pedían,  y se preguntan: ¿para qué sirve orar?, si muchos no son cristianos,  no oran y les va muy bien. O ¿para qué vivir una vida cristiana?, ¿qué te reporta?  Conozco a muchos hombres y mujeres que están luchando con la perspectiva de que Dios les hará felices, les prosperara y les quitara todos sus problemas, pero que pasa cuando sienten que Dios no está cumpliendo “su parte” sufren, se desconciertan y su vida espiritual se viene abajo.

Pero en realidad Dios no nos ha fallado. Lo que fallaron fueron nuestras  expectativas. Pedimos mal. Nuestra esperanza se reduce a asuntos temporales (búsqueda de salud, un buen trabajo, dinero, aprobación de exámenes, éxito profesional, familiar, etc.). Estamos equivocados. Tenemos  la mirada puesta en Dios cara a bienes temporales y nos olvidaron de lo eterno.

Hace unos años tuve el privilegio de conocer al Pastor Juan José Cortes, poco tiempo después del asesinato de su hija Mariluz, por un pederasta. Le preguntamos ¿Cómo había podido aguantar tanta presión?, su respuesta fue:
La perspectiva de la vida y la dicha eternas  han sido mi fortaleza y consuelo. Lo que el sentido estaba dispuesto a considerar pesado, largo, doloroso y tedioso, la fe lo percibe leve y corto y sólo momentáneo. Hay cosas invisibles y cosas que se ven, y entre ellas hay esta vasta diferencia: las cosas invisibles son eternas, las cosas visibles son temporales o sólo pasajeras. Nos estaba diciendo que el siempre confío en Dios, en lo eterno en lo que no te falla, que todas sus cargas, aflicciones, dudas las dejo en manos de Dios, diferente hubiera sido si hubiere confiando en las cosas que se ven, quizá me hubieran consolado pero….temporalmente.

Cuando nuestra confianza esta en lo eterno  aceptamos la realidad que nos ha tocado vivir y seguimos adelante, llegar al  punto de la aceptación es una de las más grandes conquistas en la vida espiritual. Se trata de aquel momento en que soltamos aquella situación que tanta angustia nos ha producido y decidimos rendirnos a los pies de Cristo. Deja de ser una obsesión que nos atormenta día y noche, porque hemos arribado a la convicción de que la situación está enteramente en manos de Dios y decidimos descansar en él. Esta decisión no significa que automáticamente desaparece nuestra angustia, aunque sin duda habrá comenzado un importante proceso de sanidad en nuestro corazón. Lo importante es que habremos logrado «no poner nuestra vista en las cosas que se ven, sino en las que no se ven; porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas» (2 Corintios 4.18).


Tengamos cuidado con las falsas expectativas, estas conducen al desencanto y a la desilusión.

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