Me he encontrado esta semana con un buen amigo y hermano en
la fe, aunque como bien me decía lleva
mucho tiempo “separado”. Este hermano fue un gran hombre de fe, y durante
muchos años trabajo incansablemente en la obra de Dios, pero debido a ciertas
circunstancias, dejo de congregarse y se fue enfriando, hasta el punto de no
tener ninguna relación, ni con Dios ni con los hermanos.
Le invite a que asistiera de nuevo a la iglesia,
le comentaba que no importaba lo que había hecho, que todos fallamos, pero que
si nos acercamos con un corazón sincero y honesto delante de Dios, El nos va a
perdonar. El problema no es Dios, el problema es la iglesia, los hermanos, me
comentaba, ellos son los que no olvidan, los que no perdonan, si has fallado ya
no eres igual.
Todos los hombres
usados por Dios, alguna vez, también fallaron y se vieron hundidos en su propio
fracaso. Esa es la experiencia del propio David, quien huyendo de Saúl, lleno
de pavor y descontrol, dejando una seguidilla de consecuencias por causa de su
falta de fe en aquel que le dio la victoria frente al gigante filisteo, llega
derrotado a una cueva, [1] y si impórtales
su pasado lo acogieron y lo restauraron.
Esta cueva donde acogen a David no se parece a nada a las iglesias de hoy en día, en donde todo se ha vuelto tan sofisticado y lleno de vanidad, en donde se mira la clase económica y el nivel académico. Hasta parece que se solicita el currículo vitae como entrada.
Esta cueva donde acogen a David no se parece a nada a las iglesias de hoy en día, en donde todo se ha vuelto tan sofisticado y lleno de vanidad, en donde se mira la clase económica y el nivel académico. Hasta parece que se solicita el currículo vitae como entrada.
Tal vez hemos olvidado por completo que la iglesia se
compone de hombres y mujeres pecadores llenos de defectos y de
necesidades.
El Señor Jesucristo vino al mundo a salvar a los pecadores. El comió con
publícanos, compartió su mensaje con rameras y borrachos, recibió a hombres
fracasados y tristes, y los condujo a sendas de verdad y de justicia
La iglesia fundada por Cristo, debe tener aquel sello
restaurador. Que recibe aquello que está roto, eso que no sirve, que no importa
o que está destinado al vertedero. Eso es lo que éramos todos nosotros sin
Cristo, éramos menos que nada, pero en medio de esa ruina espiritual; muertos
en delitos y pecados, el Santo Espíritu de Dios nos condujo a esa bendita cueva
de restauración, en la cual fuimos levantados y capacitados para servir a Dios.
La iglesia no es una institución para los ángeles. Es el
refugio y el oasis al cual cientos de fracasados y amargados hemos llegado para
recibir restauración mediante el perdón de pecados que Cristo ofrece
gratuitamente.
Y es que lo más importante en la vida es lo que Dios piensa
de ti o de mí, y no lo que otros o yo
mismo pueda creer. Nosotros vemos todo desde nuestro punto de vista humano,
pero Dios mira el corazón.
Y es que Dios no te ve como tú te vez o como los demás te
ven, su visión para tu vida es más amplia de lo que el ojo humano puede querer
observar, para Dios eres todo lo contrario de lo que la mala critica puede
decir o pensar de ti. Por tal razón es hora de levantarse, es hora de
comprender que no somos unos derrotados, que esto que hemos vivido, solo nos servirá
de experiencia para llevar a cabo la misión que Dios ha de encomendarnos.
NO TE IMPORTE LO QUE LOS DEMÁS DIGAN DE TI, SINO LO QUE DIOS
PIENSE DE TI.
1].- 1 Samuel 22.1-2
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