Este fin semana me he llevado una gran alegría, después de
12 años he vuelto a ver a un queridísimo hermano en la fe. Fue un reencuentro especial,
pues fue muchos años y muchas experiencias las vividas juntos durante muchos años.
Durante este reencuentro recordamos nuestro tiempo de trabajo en Alicante en la obra de Dios, evangelizando, repartiendo alimentos a las familias más desfavorecidas, o llevando café y mantas en los meses más fríos del año a los hombres y mujeres sin hogar.
Fue unas horas especiales donde reino la alegría, las anécdotas, todo acompañado por una buena cena. Al despedirnos dimos gracias a Dios por estos momentos y por los vividos durante otros tiempos, terminamos orando y cantando algunas alabanzas.
Recordamos las alabanzas que cantábamos en aquellas época,
y lo mal que cantaba yo, pues no me dejaban ni acercarme al coro, pero yo quería y quiero seguir cantando, aunque desafine, desentone, no me importa, aún a pesar
de cantar mal no me resigno, quiero seguir alabando a Dios, deseo ser un adorador
aunque no tenga la más mínima noción de música. Cuando alguien me recuerda esta
faceta, siempre digo lo mismo, “El hombre mira lo que hay a su alrededor, pero
Dios mira el corazón”
Nuestras canciones, ya sean de alabanza, gratitud,
conocimiento, recordatorio o compromiso, son agradables ante el Señor. Afortunadamente,
el Señor no dice: “Solamente las canciones bien interpretadas son una oración
para mí”, ni “Escucharé únicamente a los que tengan talento musical”. En
nuestra música, así como en nuestra vida, a Él le interesa más la condición de
nuestro corazón que nuestra capacidad.
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