Me he aguantado el lloro y nadie se ha enterado. Llorar
delante de los demás es un signo de debilidad. Todo el mundo disimula cuando no
está bien. Quizás deberíamos aprender a que fingir lo que sentimos es la peor
forma de crecer. Nos enseñan a ser fuertes, a mostrarnos implacables. A
esconder nuestras debilidades y disfrazar nuestras fisuras. A fingir nuestra
entereza aunque estemos rotos por dentro. Nos entrenan para ser capaces de
superar todos los baches, para ser de aquellos que siempre lo consiguen.
Nos instruyen para maquillar nuestras debilidades por miedo
a mostrarnos vulnerables. A embotellar
nuestras emociones, a esconder lo que realmente somos, sentimos o necesitamos.
A seguir las señales que otros marcan, a hacer cosas porque tocan. No nos dan
permiso a expresar lo que nos quema por dentro. Nadie nos enseña a tocar fondo,
a mostrarnos frágiles, a admitir que necesitamos que nos cuiden. A ser honestos
con lo que nos pasa, a aceptar que las cosas nos afectan, que nos rompen por
dentro.
Ocultamos lo que sentimos para evitar mostrarnos derrotados.
Nos escudamos en una falsa valentía sabiendo que las emociones tristes
incomodan, que están fuera de moda. Sobrevivimos a cada paso del vendaval sin
plantearnos si realmente somos felices.
Sería mucho más sencillo si nos hubiesen explicado que las
dificultades se convierten en magníficas oportunidades para crecer, para
transformarnos por dentro. Que nuestros conflictos, insatisfacciones o derrotas
curten el alma. Que tenemos el derecho a sentirnos extraviados, confusos o
muertos de pánico.
Ojalá nos hubiesen enseñado a utilizar las mejores
herramientas para sobreponernos a la adversidad sin escondernos, sin juzgarnos,
sin sentirnos culpables. A tener miedo, a aprender de él sin silenciarlo entre
las sábanas, a no disimular nuestro dolor con máscaras o excusas. A vivir sin
necesitar la aprobación de los otros, priorizando lo que realmente necesitamos,
sin dudar lo que merecemos.
Muchas veces pensamos que ser cristianos es mostrar alegría genuina en cada rasgo, que es obligatorio mostrar nuestra felicidad en cada situación de nuestra vida, porque la gente observara nuestra sonrisa y nos van a preguntar, ¿por qué estamos tan felices? y podremos contestar: es el gozo que el Señor trajo a mi vida.
Cuando los cristianos piensan que la mejor o la única manera
de dar testimonio al mundo es estar sonriendo constantemente, la tristeza se
siente como un fracaso, y eso crea una cultura en la que ocultamos y reprimimos
la tristeza y terminamos con poca capacidad para procesar las emociones más
duras, dolorosas y muy reales que acompañan a la vida normal bajo el sol.
Puede que no siempre tengamos respuestas, pero tenemos a
Dios. Si aceptamos la realidad de la presencia de Dios con su pueblo, no como
un elixir mágico que elimina todo dolor, sino como un consuelo, una ayuda y una
señal de amor en medio del dolor, podemos tener paz en medio de la tormenta. Porque
conocemos a Aquel que sostiene todas las cosas, y porque sabemos que es amoroso
y bueno, tenemos esperanza. Y porque tenemos esperanza, podemos aprender a
afligirnos y a llorar con los que lloran.
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