No ha sido la primera vez, suele ocurrir cada vez que te
encuentras personas escépticas que se burlan de los creyentes pidiendo
evidencia de Dios. Esta semana en mi visita al hospital me encontré con un
familiar de un paciente que me insistió en que le diera evidencias de que Dios
hacia milagros. Y no es nada nuevo la gente de todo el mundo tiene hambre de
milagros, hasta el punto de que también afecta a los asistentes a la iglesia. En
muchas iglesias de todo el mundo, realizar milagros es una expectativa para los
miembros. De hecho, en muchas iglesias, la falta de capacidad para realizar
milagros es una señal de que la persona no tiene mucha fe, y entonces Dios no
puede actuar.
Lamentablemente, este ha sido el comportamiento del mundo
desde que Jesús vino a la tierra. Mucha gente solo siguió a Jesús para que sus
enfermedades pudieran ser curadas, sus estómagos llenos o sus enemigos
conquistados. Francamente, los milagros que estaban buscando, aunque
fascinantes y maravillosos, eran muy, muy finitos, tenían fin. Incluso el
increíble milagro de resucitar a Lázaro de entre los muertos fue finito, solo
duró algunos años, Lázaro murió de nuevo.
Sin embargo, hay un milagro que perdura para siempre, y
aunque puede que no sea tan visible como dar la vista a un ciego, sanar a un
enfermo, o incluso ayudar a que la extremidad de alguien vuelva a crecer, es
mucho más duradero, de hecho es eternamente más perdurable.
Ese es el milagro de la salvación.
Si amigos el milagro más grande de todos, el milagro de la salvación,
es mucho más convincente que cualquier otro. Ver un alma destinada al infierno
ser transformada por la palabra de Dios es estimulante, y más aún cuando te das
cuenta de que esa alma disfrutará del beneficio de ese milagro por la
eternidad.
Y lo especial de este milagro es que Dios se lleva toda la
gloria y la honra.
Hay innumerables cristianos a nuestro alrededor, que
demuestran la extraordinaria obra del Espíritu Santo en sus vidas, no a través
de acciones externas sobrenaturales, sino a través de respuestas internas desde
lo más profundo de su corazón. Estos ejemplos son notables. Y están a nuestro
alrededor si simplemente asistimos a la iglesia y conocemos a los maravillosos
santos con los que Dios nos ha rodeado.
No hay necesidad de buscar los milagros emocionales que
duran “unos minutos y luego se van”, casi como si estuviéramos buscando un
“subidón” egoísta para sentirnos mejor acerca de nuestras habilidades, más bien
buscar los milagros eternamente duraderos en que Dios recibe todo el crédito y
que durará para siempre.
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