Venia de la reunión de oración de la iglesia, cuando vi a un
hombre tirado en mitad de la calle con convulsiones y movimientos corporales
incontrolados de forma repetitiva. Según algunos de los que miraban era un
ataque epiléptico. Del numeroso grupo que observaba, fueron dos cosas, las que
me llamaron la atención. La primera que nadie se acercaba a este hombre, todos observaban
pero nadie se agacho ni tan siquiera a ponerle algo en su cabeza para que no se
golpeara. Lo segundo fue un comentario de una de las señoras allí presentes, que
dijo: ¡Qué lástima!