09 julio 2021

"Los domadores"

A lo lardo de los años el hombre ha sido capaz de domar toda clase de animales, bien para el transporte, la caza o el entretenimiento. Por ejemplo los caballos para el transporte, los perros y aves para la caza, y toda clase de animales salvajes, como los leones, tigres, elefantes y osos entre otros para el entretenimiento. Como observa Santiago, “toda clase de animales, aves, reptiles y criaturas del mar están siendo domesticados y han sido domesticados por el hombre” (Santiago 3.7). Pero a pesar del éxito de los hombres en domesticar el reino animal, existe una cosa, que ningún hombre ha sido capaces de dominar y adaptar: "La lengua humana".

Si bien es posible que nunca dominemos completamente nuestra lengua, pero si podemos, con la ayuda del Señor tomar medidas para usar nuestra lengua de una manera cada vez más edificante y más parecida a Jesús, así que sería bueno considerar algunos consejos para controlar nuestra lengua.

1.- Habla solo después de una cuidadosa consideración: Muchas veces hablamos por hablar y casi siempre decimos cosas que no queríamos decir, y es porque no consideramos lo que queremos decir y luego, tendemos a pensar: "¿Por qué no mantuve la boca cerrada?" Lo que reconocemos es que tuvimos la opción de no decir nada. El libro de Proverbios 13.3 nos dice: "El que refrena su lengua protege su vida, pero el ligero de labios provoca su ruina". A menudo lo más probable es que nuestras palabras se utilicen para herir a otros. Pero podemos ahorrarnos mucho dolor a nosotros mismos y a los demás simplemente reconociendo que no tenemos que verbalizar todo lo que pensamos.

2.- Es mejor oír que hablar sin saber porque: Proverbios también nos dice: “Hasta un necio pasa por sabio si guarda silencio; se le considera prudente si cierra la boca” (17.28). ¿Por qué nos negamos a guardar silencio, incluso cuando eso sería para nuestro beneficio? A menudo nos negamos a permanecer en silencio porque creemos que estamos involucrados en intercambios verbales de suma cero y si nos negamos a hablar, la otra persona “ganará”. La realidad es que rara vez ganamos en tales situaciones. No cambiamos la opinión de la otra persona. Todo lo que ganamos es el fugaz subidón emocional de dar una reprimenda punzante. Lo que no reconocemos es que nos estamos conformando con un zumbido temporal en lugar del beneficio permanente de ser sabios y perspicaces.

3.- Sé lento para decir lo que piensas: Imagínese si su próximo pensamiento pudiera potencialmente ser escuchado por cientos o incluso miles de personas, y potencialmente compartido para que millones lo conozcan. Durante la mayor parte de la historia de la humanidad, esa capacidad se limitó solo a un puñado de las personas más influyentes del planeta. Sin embargo, hoy en día, gracias a las herramientas de comunicación como las redes sociales, todas nuestras expresiones, ya sean tontas o profundas, sabias o tontas, pueden enviarse a todo el mundo.

Tal poder debería hacernos extremadamente cautelosos acerca de lo que decimos o escribimos. Y, sin embargo, tendemos a ser menos cuidadosos que nunca con lo que decimos. La gratificación que proviene de la comunicación instantánea nos incita a ser rápidos para decir lo que pensamos, a menudo antes de medir nuestras palabras. La Biblia es clara, tal comportamiento es una tontería. ¿Te has fijado en los que hablan sin pensar? ¡Más se puede esperar de un necio que de gente así!" dice Proverbios 29.20.

Quizás el medio más eficaz de domesticar nuestra lengua es recordarnos a nosotros mismos que Dios nos hará responsables de cada comentario impío que hagamos. Como dijo Jesús: “Pero yo les digo que en el día del juicio todos tendrán que dar cuenta de toda palabra ociosa que hayan pronunciado” (Mateo 12.36). Cuando creemos que esta declaración es verdadera, cuando la creemos con todo nuestro ser, se vuelve mucho más fácil dominar nuestras lenguas.  

 

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