A lo lardo de los años el hombre ha sido capaz de domar toda
clase de animales, bien para el transporte, la caza o el entretenimiento. Por
ejemplo los caballos para el transporte, los perros y aves para la caza, y toda
clase de animales salvajes, como los leones, tigres, elefantes y osos entre
otros para el entretenimiento. Como observa Santiago, “toda clase de animales,
aves, reptiles y criaturas del mar están siendo domesticados y han sido
domesticados por el hombre” (Santiago 3.7). Pero a pesar del éxito de los
hombres en domesticar el reino animal, existe una cosa, que ningún hombre ha sido
capaces de dominar y adaptar: "La lengua humana".
Si bien es posible que nunca dominemos completamente nuestra
lengua, pero si podemos, con la ayuda del Señor tomar medidas para usar nuestra lengua
de una manera cada vez más edificante y más parecida a Jesús, así que sería
bueno considerar algunos consejos para controlar nuestra lengua.
1.- Habla solo
después de una cuidadosa consideración: Muchas veces hablamos por hablar y
casi siempre decimos cosas que no queríamos decir, y es porque no consideramos
lo que queremos decir y luego, tendemos a pensar: "¿Por qué no mantuve la
boca cerrada?" Lo que reconocemos es que tuvimos la opción de no decir
nada. El libro de Proverbios 13.3 nos dice: "El que refrena su lengua
protege su vida, pero el ligero de labios provoca su ruina". A menudo lo
más probable es que nuestras palabras se utilicen para herir a otros. Pero
podemos ahorrarnos mucho dolor a nosotros mismos y a los demás simplemente
reconociendo que no tenemos que verbalizar todo lo que pensamos.
2.- Es mejor oír que
hablar sin saber porque: Proverbios también nos dice: “Hasta un necio pasa
por sabio si guarda silencio; se le considera prudente si cierra la boca” (17.28).
¿Por qué nos negamos a guardar silencio, incluso cuando eso sería para nuestro
beneficio? A menudo nos negamos a permanecer en silencio porque creemos que
estamos involucrados en intercambios verbales de suma cero y si nos negamos a
hablar, la otra persona “ganará”. La realidad es que rara vez ganamos en tales
situaciones. No cambiamos la opinión de la otra persona. Todo lo que ganamos es
el fugaz subidón emocional de dar una reprimenda punzante. Lo que no
reconocemos es que nos estamos conformando con un zumbido temporal en lugar del
beneficio permanente de ser sabios y perspicaces.
3.- Sé lento para
decir lo que piensas: Imagínese si su próximo pensamiento pudiera
potencialmente ser escuchado por cientos o incluso miles de personas, y
potencialmente compartido para que millones lo conozcan. Durante la mayor parte
de la historia de la humanidad, esa capacidad se limitó solo a un puñado de las
personas más influyentes del planeta. Sin embargo, hoy en día, gracias a las
herramientas de comunicación como las redes sociales, todas nuestras
expresiones, ya sean tontas o profundas, sabias o tontas, pueden enviarse a
todo el mundo.
Tal poder debería hacernos extremadamente cautelosos acerca
de lo que decimos o escribimos. Y, sin embargo, tendemos a ser menos cuidadosos
que nunca con lo que decimos. La gratificación que proviene de la comunicación
instantánea nos incita a ser rápidos para decir lo que pensamos, a menudo antes
de medir nuestras palabras. La Biblia es clara, tal comportamiento es una
tontería. ¿Te has fijado en los que hablan sin pensar? ¡Más se puede esperar de
un necio que de gente así!" dice Proverbios 29.20.
Quizás el medio más eficaz de domesticar nuestra lengua es
recordarnos a nosotros mismos que Dios nos hará responsables de cada comentario
impío que hagamos. Como dijo Jesús: “Pero yo les digo que en el día del juicio
todos tendrán que dar cuenta de toda palabra ociosa que hayan pronunciado”
(Mateo 12.36). Cuando creemos que esta declaración es verdadera, cuando la
creemos con todo nuestro ser, se vuelve mucho más fácil dominar nuestras lenguas.
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