“Crisis” es la palabra que más escuchamos últimamente.
Estamos en medio de una crisis económica mundial. Algunos expertos dicen que
esto es cíclico, que después de las “vacas gordas” siempre vienen las “vacas
flacas”. La verdad es que no sé qué pensar. Vemos a nuestro alrededor empresas
que cierran, oímos de despidos masivos, de inflación, de recesión, de aumento
del paro, de pobreza… En este contexto muchas familias están pasando verdaderos
momentos de prueba y los creyentes nos podemos llegar a hacer muchas preguntas:
¿por qué Dios permite que suframos una crisis como esta si somos sus hijos
amados? ¿Por qué no hay prosperidad continua? ¿Por qué ha de haber escasez?
La crisis actual nos pone en alerta, pero lo cierto es que
siempre ha habido épocas de crisis y catástrofes naturales, y el creyente
siempre ha enfrentado las adversidades confiando en el Señor. Recordemos la
sequía en tiempos de José. Recordemos la viudez de Rut y Noemí. Recordemos la
traumática experiencia de Job. Job, era un hombre rico en lo material y justo
delante de Dios. Un día el diablo se presentó ante Dios y pidió su permiso para
tocar todas sus posesiones. En el mismo día Job perdió a sus criados, murieron
sus ovejas, robaron sus camellos, y un viento fuerte derribó la casa en la que
estaban sus diez hijos y todos ellos perdieron la vida. ¿Y cómo reaccionó Job
ante todo esto? Con estas increíbles palabras: “Desnudo salí del vientre de mi
madre, y desnudo volveré allá. Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de
Jehová bendito.” (Job 1.21).
¿Pero cómo pudo tener Job esa entereza, esa confianza en
Dios, esa paz interior en medio de la tristeza más profunda? ¡Si lo había
perdido todo! ¡Aun siendo un hombre justo! ¡Y sin embargo no abrió su boca para
quejarse, sino para bendecir a Dios!
Encontramos esa misma actitud en el profeta Habacuc, cuando
escribe: “Aunque la higuera no florezca, Ni en las vides haya frutos, Aunque
falte el producto del olivo, Y los labrados no den mantenimiento, Y las ovejas
sean quitadas de la majada, Y no haya vacas en los corrales; Con todo, yo me
alegraré en Jehová, Y me gozaré en el Dios de mi salvación. Jehová el Señor es
mi fortaleza, El cual hace mis pies como de ciervas, Y en mis alturas me hace
andar.” (Habacuc 3.17-19). Habacuc pronuncia algunas de las palabras de fe más
fuertes que encontrará en toda la Biblia. Él dice: “Aunque no haya uvas en las
vides, aunque la cosecha de olivos se pierda y los campos no produzcan
alimentos, aunque no haya ovejas en el redil ni ganado en los establos, yo estaré gozoso en Dios mi Salvador” Básicamente,
lo que Habacuc está diciendo es esto: aunque el futuro parezca sombrío, aunque
el presente sea decepcionante, y aunque todas tus reservas pasadas se hayan
agotado, regocíjate en el Señor, alégrate en Dios tu Salvador.
Habacuc nos desafía a poner nuestra fe en Dios incluso en
los peores momentos. Cuando Habacuc llegó al final de su viaje, había pasado de
un lugar en el que dudaba de Dios a un lugar en el que confiaba en Dios sin
importar nada. Y ese “pase lo que pase” fue un problema serio para Habacuc,
mucho más serio que la mayoría de los problemas que tratamos a diario. Dios le
reveló a Habacuc que su país estaba a punto de ser invadido y saqueado. Habacuc
y su gente perderían todo lo que habían construido a lo largo de los años, todo
por lo que habían trabajado. Todo se habría ido. Habacuc nos desafía a aprender
a confiar en Dios sin importar nada.
Pongamos la pregunta en los mismos términos que enfrentó
Habacuc. Si España u otro país fueran invadidos y conquistado por una potencia
extranjera, ¿cómo afectaría eso nuestra fe en Dios? ¿Es nuestra fe lo
suficientemente fuerte para hacer frente a ese tipo de prueba? ¿Podríamos aún
regocijarnos en el Señor si perdiéramos todo: trabajo, hogar, familia? ¿Es nuestra
fe lo suficientemente fuerte como para confiar en Dios sin importar las circunstancias?
En medio de la crisis, ¿tenemos, esa paz y esa confianza en Dios que mostró Job
y Habacuc?
Dios promete darnos su paz cuando le entreguemos nuestras
preocupaciones y temores. Filipenses 4.6-7 dice: “Por nada estéis afanosos,
sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y
ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo
entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo
Jesús.
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