04 julio 2020

“Cerrado por vacaciones”.


Llega julio y tras unos meses repleto de dificultades, luchas y esfuerzo muchos de nosotros tenemos puesta nuestra mente y nuestro corazón en la preparación de las vacaciones de verano, que resultan siempre muy saludables y necesarias. En muchos sentidos, las vacaciones de verano proporcionan el relax y el descanso deseados, y nos hace olvidar por un tiempo de los deberes de todo tipo y esquivar durante unos días todos esos problemas que nos han acechado.



La palabra “vacaciones”, es un plural latino que proviene del vocablo “vacatio”, y que se relaciona al descanso de una actividad habitual y a la suspensión temporal de las obligaciones. Estas vacaciones que hoy día pueden saborear tantas personas en España y en otros muchos países del mundo, son un derecho conquistado por los trabajadores desde principios del siglo XX.

Es normal que la primera finalidad de las vacaciones es recuperar las fuerzas físicas y contribuir al equilibrio mental y psicológico, tan necesario sobre todo después de un difícil, duro, complicado e intenso tiempo de confinamiento que hemos vivido. Por ello es muy recomendable interrumpir las ocupaciones ordinarias e incluso salir del ambiente en el que se han desarrolla nuestra vida cotidiana.

Pero… hay una cuestión que como cristianos tenemos que tener muy en cuenta. ¿Si nos vamos de vacaciones lo hacemos pensando también en suspender temporalmente nuestra espiritualidad y nuestra comunión diaria con el Señor? Porque, que sería de nosotros si ponemos en nuestra vida el cartel de “cerrado por vacaciones” vuelva en septiembre. Le diríamos a esa persona que nos demanda ayuda, es un «tiempo para mí: no molesten». Quien ama, quien se sabe cristiano, quien arde su corazón mientras escucha la voz del Señor, aún estado de vacaciones ni debe, ni tiene por qué tener cerrado su corazón a cualquier necesidad que llame a nuestra puerta, ni tienen porque hablar las piedras, (Lucas 19.40) para testificar allí donde nos encontremos: en la montaña o en la playa, con los amigos o con la familia.

El período de vacaciones es un don que Dios nos da, un talento que debemos hacer rendir, porque el tiempo, todo tiempo, es el medio principal que tenemos para realizar nuestra misión en la tierra. Por eso el descanso no puede ser tiempo de «ocio», entendido como un tiempo vacío de contenidos, como una escapatoria de las propias responsabilidades; sino que debe ser un tiempo de  crecimiento espiritual, debe ser un tiempo para compartir con los demás, para el servicio y el evangelismo. Las vacaciones, por tanto, no son ocasión para vaciarse sino para llenarse.

Jesús sabía procurarse también sus tiempos de descanso y, mejor aún, sabía hacer descansar a todos los que estaban a su alrededor. En más de una ocasión sorprendió a sus apóstoles con un cambio de planes para llevárselos a pasar un día de pesca en el lago de Tiberíades; conocía de sobra, como pescadores que eran, su afición por el mar. Le gustaba tener amigos y dedicarles lo mejor de su tiempo y de su persona, como ocurrió en las bodas de Caná,  o en esos frecuentes encuentros con la familia de Pedro en Cafarnaúm donde Él, nos dice el Evangelio se sentía como «en su casa». Sabemos que siempre que podía, en sus viajes a Jerusalén, le gustaba ir a la casa de Marta, María y Lázaro, por quienes sentía una especial amistad. En esa casa de Betania solía descansar de las fatigas del camino, se sentía a gusto. Pero también dedicaba una buena parte de su tiempo de descanso, incluso robando horas al sueño, para estar largos ratos de oración a solas con su Padre (Lucas 6.12).

De esa convivencia con Jesús y de ese descanso todos salían enriquecidos. Jesús siempre buscaba dejar una semilla de eternidad, una palabra de luz, una inquietud en el corazón. Incluso era capaz de renunciar a sus momentos de merecido descanso para entregarse a remediar las necesidades materiales y espirituales de las multitudes (Mt 14.13-23) o de cualquier persona con la que se encontraba, ya fuese de noche, como en el caso de Nicodemo, o bien a la hora de comida y bajo un sol abrasador, como sucedió con la mujer samaritana. Para Él, todo su tiempo, también el de descanso, era tiempo que le había sido donado por el Padre para realizar una misión, tiempo para amar, tiempo para invertirlo procurando el bien de los demás.

Que no nos dé pereza de convertir nuestras  vacaciones en un tiempo para Dios, para los demás y para nuestro enriquecimiento personal y familiar.



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