Llega
julio y tras unos meses repleto de dificultades, luchas y esfuerzo muchos de
nosotros
tenemos puesta nuestra mente y nuestro corazón en la preparación de las
vacaciones de verano, que resultan siempre muy saludables y necesarias. En
muchos sentidos, las vacaciones de verano proporcionan el relax y el descanso
deseados, y nos hace olvidar por un tiempo de los deberes de todo tipo y esquivar
durante unos días todos esos problemas que nos han acechado.
La
palabra “vacaciones”, es un plural latino que proviene del vocablo “vacatio”, y
que se relaciona al descanso de una actividad habitual y a la suspensión
temporal de las obligaciones. Estas vacaciones que hoy día pueden saborear tantas
personas en España y en otros muchos países del mundo, son un derecho
conquistado por los trabajadores desde principios del siglo XX.
Es
normal que la primera finalidad de las vacaciones es recuperar las fuerzas físicas
y contribuir al equilibrio mental y psicológico, tan necesario sobre todo
después de un difícil, duro, complicado e intenso tiempo de confinamiento que
hemos vivido. Por ello es muy recomendable interrumpir las ocupaciones
ordinarias e incluso salir del ambiente en el que se han desarrolla nuestra
vida cotidiana.
Pero…
hay una cuestión que como cristianos tenemos que tener muy en cuenta. ¿Si nos
vamos de vacaciones lo hacemos pensando también en suspender temporalmente
nuestra espiritualidad y nuestra comunión diaria con el Señor? Porque, que
sería de nosotros si ponemos en nuestra vida el cartel de “cerrado por
vacaciones” vuelva en septiembre. Le diríamos a esa persona que nos demanda
ayuda, es un «tiempo para mí: no molesten». Quien ama, quien se sabe cristiano,
quien arde su corazón mientras escucha la voz del Señor, aún estado de
vacaciones ni debe, ni tiene por qué tener cerrado su corazón a cualquier
necesidad que llame a nuestra puerta, ni tienen porque hablar las piedras,
(Lucas 19.40) para testificar allí donde nos encontremos: en la montaña o en la
playa, con los amigos o con la familia.
El período
de vacaciones es un don que Dios nos da, un talento que debemos hacer rendir,
porque el tiempo, todo tiempo, es el medio principal que tenemos para realizar
nuestra misión en la tierra. Por eso el descanso no puede ser tiempo de «ocio»,
entendido como un tiempo vacío de contenidos, como una escapatoria de las
propias responsabilidades; sino que debe ser un tiempo de crecimiento espiritual, debe ser un tiempo
para compartir con los demás, para el servicio y el evangelismo. Las
vacaciones, por tanto, no son ocasión para vaciarse sino para llenarse.
Jesús
sabía procurarse también sus tiempos de descanso y, mejor aún, sabía hacer
descansar a todos los que estaban a su alrededor. En más de una ocasión
sorprendió a sus apóstoles con un cambio de planes para llevárselos a pasar un
día de pesca en el lago de Tiberíades; conocía de sobra, como pescadores que
eran, su afición por el mar. Le gustaba tener amigos y dedicarles lo mejor de
su tiempo y de su persona, como ocurrió en las bodas de Caná, o en esos frecuentes encuentros con la familia
de Pedro en Cafarnaúm donde Él, nos dice el Evangelio se sentía como «en su
casa». Sabemos que siempre que podía, en sus viajes a Jerusalén, le gustaba ir
a la casa de Marta, María y Lázaro, por quienes sentía una especial amistad. En
esa casa de Betania solía descansar de las fatigas del camino, se sentía a
gusto. Pero también dedicaba una buena parte de su tiempo de descanso, incluso
robando horas al sueño, para estar largos ratos de oración a solas con su Padre
(Lucas 6.12).
De
esa convivencia con Jesús y de ese descanso todos salían enriquecidos. Jesús
siempre buscaba dejar una semilla de eternidad, una palabra de luz, una
inquietud en el corazón. Incluso era capaz de renunciar a sus momentos de
merecido descanso para entregarse a remediar las necesidades materiales y
espirituales de las multitudes (Mt 14.13-23) o de cualquier persona con la que
se encontraba, ya fuese de noche, como en el caso de Nicodemo, o bien a la hora
de comida y bajo un sol abrasador, como sucedió con la mujer samaritana. Para
Él, todo su tiempo, también el de descanso, era tiempo que le había sido donado
por el Padre para realizar una misión, tiempo para amar, tiempo para invertirlo
procurando el bien de los demás.
Que
no nos dé pereza de convertir nuestras vacaciones en un tiempo para Dios, para los
demás y para nuestro enriquecimiento personal y familiar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario