Hoy en día en muchos ámbitos de la vida hay opiniones
políticamente correctas, incluso entre los cristianos. El término
“políticamente correcto” puede tener varias connotaciones, dependiendo de quien
lo diga. En este caso me quiero referir a esos cristianos que por no ofender al
hermano no le habla claro, incluso envuelven en papel regalo su pecado para que
no sea tan llamativo y así no enfrentar a nadie en específico, principalmente
al interlocutor más inmediato, y así no revolver el nido de las avispas.
Hay quienes deciden complacer los deseos de los demás, siendo
políticamente correctos, pero eso trae un problema, no llamar a las cosas por
su nombre, perdiendo la capacidad de comunicar claramente lo que verdaderamente
queremos decir. No podemos utilizar la misma palabra para referirnos a
realidades diferentes, pues no seremos capaces de transmitir la esencia del
mensaje.
Uno de los conceptos que más sufre el término políticamente
correcto es el de matrimonio. Hoy podemos llamar matrimonio a cualquier forma
de relación, aunque no cumpla ninguno de los requisitos que siempre (en toda
época y sociedad) se han requerido para ello. Antes todos entendían que el
matrimonio estaba formado por un hombre y una mujer, pero hoy muchos defienden
que dos personas del mismo sexo también pueden ser matrimonio.
Antes todos
entendían que un matrimonio es la unión entre dos personas, pero hoy algunos
defienden el matrimonio “múltiple” de relaciones de tres personas, o incluso
entre una persona y un animal. Antes todos entendían que el matrimonio era el
lugar ideal para que los niños vinieran al mundo, pero hoy muchos defienden que
los niños nazcan en laboratorios o en vientres contratados al efecto. Y ante
esto somos tan compresivos que solemos decir: “No es nuestro problema, no somos
nadie para decirle cómo deben vivir. Es su decisión”. ¿Es correcto? No, es
¿Políticamente correcto? Sin lugar a dudas.
Muchos cristianos, ante la complejidad y las confusiones del
mundo en que vivimos suelen ofrecer respuestas tímidas en relación con su fe.
¿Se avergüenzan de lo que creen, o sencillamente no creen? Por otro lado muchos
pastores suelen predicar, enseñar o aconsejar lo que el auditorio quiere
escuchar, con frases que suenan muy bonitas pero que encierran en sí mismas un
fuerte conflicto con la verdad y hasta con la misma lógica que traza la Biblia.
Si bien es cierto que nadie puede cambiar a nadie sino que solamente Cristo a
través del Espíritu Santo puede transformar esos pensamientos incorrectos. Dios
nos ha ordenado que su obra se lleve a cabo por medio de una predicación clara
y firme de las Escrituras.
El apóstol Pablo sabía el tipo de discurso que sus
espectadores estaban pidiendo, pero su sermón no se ajustó a nadie sino
solamente al Evangelio. “Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan
sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos
ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; más para los llamados, así
judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios” (1 Corintios 1.
22-24).
Quien decida complacer las peticiones de algunos hermanos
para quedar bien, para que no se enfade, para no sonar desafinado, o para
simplemente cuidar el pellejo de la aceptación y la popularidad, no es sencillamente
un cristiano verdadero. Se trata más bien de alguien que claramente revela
dónde está su tesoro. Porque decir lo políticamente correcto apunta no a sacar
a luz la verdad ni a sostener valores o principios sino a tomar decisiones y a
hacer lo que políticamente me conviene; entonces la verdad se transforma en
mentira y la mentira en verdad. (Isaías 5.20)
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