14 diciembre 2019

Al pan pan, y al vino vino.


Hoy en día en muchos ámbitos de la vida hay opiniones políticamente correctas, incluso entre los cristianos. El término “políticamente correcto” puede tener varias connotaciones, dependiendo de quien lo diga. En este caso me quiero referir a esos cristianos que por no ofender al hermano no le habla claro, incluso envuelven en papel regalo su pecado para que no sea tan llamativo y así no enfrentar a nadie en específico, principalmente al interlocutor más inmediato, y así no revolver el nido de las avispas.


Hay quienes deciden complacer los deseos de los demás, siendo políticamente correctos, pero eso trae un problema, no llamar a las cosas por su nombre, perdiendo la capacidad de comunicar claramente lo que verdaderamente queremos decir. No podemos utilizar la misma palabra para referirnos a realidades diferentes, pues no seremos capaces de transmitir la esencia del mensaje.

Uno de los conceptos que más sufre el término políticamente correcto es el de matrimonio. Hoy podemos llamar matrimonio a cualquier forma de relación, aunque no cumpla ninguno de los requisitos que siempre (en toda época y sociedad) se han requerido para ello. Antes todos entendían que el matrimonio estaba formado por un hombre y una mujer, pero hoy muchos defienden que dos personas del mismo sexo también pueden ser matrimonio. 
Antes todos entendían que un matrimonio es la unión entre dos personas, pero hoy algunos defienden el matrimonio “múltiple” de relaciones de tres personas, o incluso entre una persona y un animal. Antes todos entendían que el matrimonio era el lugar ideal para que los niños vinieran al mundo, pero hoy muchos defienden que los niños nazcan en laboratorios o en vientres contratados al efecto. Y ante esto somos tan compresivos que solemos decir: “No es nuestro problema, no somos nadie para decirle cómo deben vivir. Es su decisión”. ¿Es correcto? No, es ¿Políticamente correcto? Sin lugar a dudas.

Muchos cristianos, ante la complejidad y las confusiones del mundo en que vivimos suelen ofrecer respuestas tímidas en relación con su fe. ¿Se avergüenzan de lo que creen, o sencillamente no creen? Por otro lado muchos pastores suelen predicar, enseñar o aconsejar lo que el auditorio quiere escuchar, con frases que suenan muy bonitas pero que encierran en sí mismas un fuerte conflicto con la verdad y hasta con la misma lógica que traza la Biblia. Si bien es cierto que nadie puede cambiar a nadie sino que solamente Cristo a través del Espíritu Santo puede transformar esos pensamientos incorrectos. Dios nos ha ordenado que su obra se lleve a cabo por medio de una predicación clara y firme de las Escrituras.

El apóstol Pablo sabía el tipo de discurso que sus espectadores estaban pidiendo, pero su sermón no se ajustó a nadie sino solamente al Evangelio. “Porque los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; más para los llamados, así judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios” (1 Corintios 1. 22-24).

Quien decida complacer las peticiones de algunos hermanos para quedar bien, para que no se enfade, para no sonar desafinado, o para simplemente cuidar el pellejo de la aceptación y la popularidad, no es sencillamente un cristiano verdadero. Se trata más bien de alguien que claramente revela dónde está su tesoro. Porque decir lo políticamente correcto apunta no a sacar a luz la verdad ni a sostener valores o principios sino a tomar decisiones y a hacer lo que políticamente me conviene; entonces la verdad se transforma en mentira y la mentira en verdad. (Isaías 5.20)


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