No hace mucho tiempo en que a lo malo y a lo bueno se le
llamaba por su nombre, y se distinguían muy claramente una cosa de la otra. Lo
bueno era muy bueno y el malo era muy malo. Ciertamente, hoy en día esto no
existe Ahora todo es relativo, tan relativo que lo bueno es mal visto
(sobriedad, fidelidad, castidad, estudios, esfuerzo, respeto, tolerancia,
solidaridad, compañerismo, etc) y lo malo es visto como una hazaña y valorado
(grosería, mediocridad, exhibicionismo, injuria, infidelidad, promiscuidad, embriaguez,
egoísmo, deshonestidad, arrogancia, odio etc.).
Los malos, ya no lo son tanto,
porque la culpa es de la familia que tuvieron que no supieron educarles, o
quizás de las malas compañías. Seré un carca, pero quisiera volver a ese
tiempo, cuando amor era amor, no sexo, diversión era diversión y no descontrol
total, había más seguridad, familias más unidas, menos delincuencia, menos
chabacanería y mi Dios era Dios, y no el “evangelio” que venden algunos
showmans para el placer de sus seguidores. Antes había cosas malas, y tal vez
peores pero, sabíamos que era lo bueno, y sabíamos lo que estaba mal.
Hemos entrado sin darnos mucha cuenta en una confusión
total, con el afán de impulsar las igualdades y promover los derechos de cada
uno, se promueven y se firman leyes que van terminar con lo queda de una
sociedad con valores y moralidad. Y es verdad que cada uno debe hacer con su
libertad lo que mejor le parece, pero a eso debe añadirle las fronteras del
respeto y no pasarse de ellas, sin embargo, por encima de todo esa libertad
humana, hay un
Dios Soberano, que creó todo y hace separación entre lo bueno y
lo malo, y eso no lo convierte en un Dios discriminador, sino en un Dios
cuidadoso, que viene a poner fin a las malas decisiones humanas y a restaurar
las cosas quebradas, por eso nos dice:
Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que
hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por
dulce, y lo dulce por amargo! (Isaías 5.20)
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