Hoy se ha celebrado en Madrid el maratón popular, donde más
de 33.000 corredores repartidos en tres carreras, (10.000 mts, medio-maratón y maratón),
han participado. Me gustan todos los deportes, y el atletismo es uno de mis favoritos,
principalmente porque lo practique en mis años jóvenes, y dentro del atletismo
la prueba de maratón es mi preferida.
Nunca he tenido el privilegio de poder
participar en un maratón, y no podría decirte que es lo que se siente, pero si
he visto muchos maratones y a nivel espiritual me ha enseñado muchas cosas.
¿Alguna vez has visto un maratón? Son muchos los atleta que
salen del punto de partida hacia la meta y sin importar los obstáculos que se
van a encontrar a lo lardo del recorrido, su objetivo está puesto en la meta,
en llegar. Otra de las cosas que no les importa es que aun sabiendo que ya hay un ganador, todos prosiguen a la
meta y por último, todos, absolutamente todos corren como si fuesen un solo equipo.
Entonces que podemos aprender de los participantes en una
carrera de maratón.
No se trata de una
competición que dure unos segundos o minutos, se trata de una prueba de
resistencia, y a lo largo de ella vas a encontrar obstáculos,
(calambres, agotamiento, desanimo, etc.), que te van a impedir seguir, pero si
ere capaz de soportar tales adversidades al final lo conseguirás. En el evangelio muchos empiezan
la carrera de la fe, pero en la medida que van enfrentando los kilómetros, (nuestro día
a día) una serie de obstáculos (pruebas)
van dejando mella en nuestra vida y al final abandonamos. La Biblia nos enseña
que, “más el que perseverare hasta el fin, este será salvo” (Mateo 24.13). Lo
más importante para llegar a la meta es sobreponerse a todos los obstáculos, con paciencia, con ánimo, recordando que al
final tendremos el mejor premio, para ello nos sobrepondremos a todos los
problemas, obstáculos y perseveremos hasta el final.
El maratón como hemos dicho es una prueba de resistencia,
una prueba que requiere capacidad de sufrir y tolerar adversidades o cosas
molestas, pero debemos correr con fortaleza, sin quejarse ni rebelarse. A los
participantes del maratón no les importan
el puesto que consigan. Para un atleta llegar de primero tiene un gran
significado, pero aún si se llega el último se cumple con el objetivo que es
llegar a la meta. No importa cuánto tiempo tardes en llegar a la meta, la
satisfacción está en correr legítimamente y terminar la carrera. La vida de un cristiano es igual, no importa tanto como se
empieza, lo que importa es cómo termina. Una de las claves de cómo tener éxito
en la vida cristiana es la paciencia, tendremos momentos cuando nos sintamos
desanimados, habrá momentos cuando no nos salga las cosas como lo teníamos
previsto, nos sucederán conflictos interpersonales. El enemigo va a hacer todo
lo que pueda para destruir, atacar, desanimar, derrotar y decepcionarte. Pero la
carta a los Hebreos nos da un hermoso consejo para correr esta “carrera” nos dice, "corramos con paciencia la
carrera que tenemos por delante” Hebreos 12:1.
Una de las claves para triunfar,
es no rendirse, es seguir intentando. No fracasaremos hasta que no nos demos por
vencido. El viejo dicho dice, "Los ganadores nunca se rinden, los que se
rinden nunca ganan."
Y por ser la última no es la menos importante, al revés es quizá la lección más tremenda que podemos aprender
de los atletas: luchan, trabajan en equipo sin importarles el color de su
camiseta, sin importarles que no se conozcas. No hay alguna otra prueba donde
exista más compañerismo y solidaridad que la prueba de maratón, nadie que lo
esté pasando mal a lo largo de la prueba pasa inadvertido para el resto de los
contrincantes.
Muchas veces como cristianos se nos olvida que somos el
cuerpo de Cristo. Si el cuerpo humano trabaja en equipo, sin importar la
función que cumpla cada órgano, nosotros como cristianos deberíamos trabajar
por el mismo bien común, llegar a la meta. Cuán bello sería que todos los que
empezaran la carrera del evangelio algún día también la terminaran, ayudándonos
los unos a los otros, apoyándonos, soportándolos, amándonos, sin importándonos
que parte del cuerpo de Cristo somos.
En la vida cristiana tenemos un compañero de carrera, la
presencia de Jesús, Que es al mismo tiempo la meta y el compañero de viaje,
hacia el que nos dirigimos y con quien vamos. Lo maravilloso de la vida
cristiana es que proseguimos adelante rodeados de hermanos, sin interés en nada
más que en la gloria de la meta, y siempre en compañía del que ha recorrido el
camino y alcanzado la meta, que nos espera para darnos la bienvenida cuando
lleguemos al fin de la carrera.
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