En esta semana estaba entregando un pedido y a la salida me
topé con una cartera. Inmediatamente fui al cliente y se la entregue, ¡Ah¡
muchas gracias pero no tiene nada de valor, fue su respuesta. De vuelta a casa
me venía a la memoria el mandamiento que nunca deberíamos olvidar, El que se
porta honradamente en lo poco, también se porta honradamente en lo mucho; y el
que no tiene honradez en lo poco, tampoco la tiene en lo mucho (Lucas 16.10)
Cuando hablamos de personas honradas nos estamos refiriendo
a persona, que actúa conforme a las normas morales,
diciendo la verdad y
siendo justa. La honradez en todo
sentido nos hará disfrutar de paz interior y nos produce una gran
satisfacción a nosotros y por supuesto a
nuestro prójimo.
De ese modo fortalecemos nuestro carácter, lo cual nos
permitirá servir a Dios y a nuestros semejantes. Además, seremos dignos de
confianza ante los ojos de Dios y de los que nos rodean.
Por otra parte, si somos deshonestos en nuestras palabras o
acciones, nos perjudicamos a nosotros mismos y también a los demás. Si
mentimos, robamos, engañamos, o no hacemos todo lo que se nos requiera en servir a Dios, a nuestro prójimo o en el
trabajo, perderemos el respeto por nosotros mismos, perderemos la guiánza del
Espíritu Santo y por supuesto descubriremos que las personas ya no confían en
nosotros.
El ser honrado a menudo requiere valor y sacrificio,
especialmente cuando hay otras personas que traten de persuadirnos a justificar una
conducta deshonesta. Si nos encontramos en una situación así, recordemos que la
paz y la satisfacción que deriva de ser
honrados es más valiosa que cualquier recompensa material conseguida
deshonestamente.
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