Si decimos que hemos caído en rutina nos estamos refiriendo
a que tenemos un hábito o costumbre de hacer algo maquinalmente,
o que hemos aprendido con la práctica. Entonces si nos damos cuenta
de todas las cosas que hacemos diariamente y que forman parte de nuestro día a
día nos daremos cuenta que son rutinarias. Nos levantamos, desayunamos, nos
vamos a nuestros trabajos, estudios, volvemos a casa, y sin darnos cuenta
caemos en rutina, hacemos la cosas mecánicamente.
Cierto día hablando con un Pastor me comentaba que había
recibido muchos ataques del “enemigo” durante su ministerio. Me decía que había
sido atacado mucho y fuertemente para tratar de que dejara de predicar el
Evangelio, pero que quizás el peor ataque fue el que cayera en la rutina. Llegó un momento en el
que la monotonía comenzó a invadir mi vida, mi familia y el ministerio. En ese
momento sentí que todo lo que hacía había perdido sentido, tenía ganas de
dejarlo todo y por poco el enemigo gana la batalla. Pero Dios una vez más en su
misericordia se encargó de darme nuevos retos, cada uno requería todo mi
esfuerzo mental, físico y espiritual, de esa manera salí renovado y no caí en
la rutina.
Al igual que este pastor, llega un momento en nuestra vida
en la cual dejamos entrar a la rutina en nuestra vida porque nos suele brindar aparentemente
comodidad y tranquilidad, y aunque suela dar la impresión de tener todo
controlado, existe un gran peligro en esta práctica, y no es otra que se pierde
el interés, la motivación, el objetivo y hasta las ganas de continuar. Es ir a los cultos por ir y adorar a Dios por rutina, es cantar porque se canta
todos los domingos, es leer la Biblia como practica mecánica, y lo que es peor,
no leerla, es participar del pan y del vino por que lo hace la mayoría de la
iglesia, es ofrendar como si fuera un simple hábito, llegando a convertirse todo lo que hacemos gracias a la monotonía, en
una vana repetición de palabras y gestos sin sentido. Es una peligrosa forma de
vivir la vida cristiana.
Quizás hayamos caído en la rutina y no nos encontremos con el
ánimo suficiente para continuar porque descuidamos por completo nuestra vida
espiritual. Tal vez sea el momento de buscar nuevos retos y salir de la
comodidad. Si no prestamos atención a lo que está sucediendo en nuestro corazón
la rutina religiosa acabará con nuestra vida espiritual. Encontraremos que la
aventura de caminar con el Señor ha caído en una peligrosa inercia que comienza
a aburrirnos. La frescura y la pasión de otros tiempos ya no son las
características que mejor describen nuestra vida espiritual.
¿Entonces qué podemos hacer para volver a insertar frescura
en nuestros momentos de intimidad con Dios? ¿De qué maneras podemos volver a
explorar nuevos caminos para las disciplinas espirituales?
Pablo no da un hermoso consejo: No os adaptéis a este mundo,
sino transformaros mediante la renovación de vuestra mente, para que verifiquéis
cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, aceptable y perfecto. [1]
Esto significa que no nos debemos acomodar en nuestra vida
espiritual, que transformemos nuestra manera de pensar de actuar y de vivir una
vida cristiana guiada por el Espíritu de Dios, que no hagamos las cosas porque así
lo hemos aprendido, sino porque tenemos necesidad de hablar con Dios de leer su
Palabra y de sentir su presencia.
[1].-Romanos 12.2
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