Todos sabemos para qué sirven las armas, aunque la teoría de
algunos es que sirven para defenderse la realidad es que en la mayoría de los
casos son para hacer daño; produciendo desde un daño menor a otro realmente
irreparable, y todas conllevan destrucción y muerte.
El que posee las armas con mayor tecnología son los que
tienen más éxito en su cometido, que no
es otro que tener bajo su dominio a los que tienen menos recursos.
Hasta el arma más pequeña, de esas que caben en el hueco de la mano, dirigida certeramente hacia su objetivo, en el momento justo, y a la distancia apropiada, puede causar muerte y destrucción.
Pero hay otra arma mortal, que todos tenemos, pues nacemos con ella; y es la más fácil de portar, y pasa por todos los controles sin ser detectada; no se necesita permiso para hacer uso de ella; siempre la tenemos a mano, dispuesta y cargada con el material más mortífero que podamos necesitar para herir o dar el golpe de gracia a otro ser humano.
Hasta el arma más pequeña, de esas que caben en el hueco de la mano, dirigida certeramente hacia su objetivo, en el momento justo, y a la distancia apropiada, puede causar muerte y destrucción.
Pero hay otra arma mortal, que todos tenemos, pues nacemos con ella; y es la más fácil de portar, y pasa por todos los controles sin ser detectada; no se necesita permiso para hacer uso de ella; siempre la tenemos a mano, dispuesta y cargada con el material más mortífero que podamos necesitar para herir o dar el golpe de gracia a otro ser humano.
En estos precisos momentos, en todo el mundo, hay millones y
millones de personas haciendo uso de ella. Personas que parecen inofensivas,
pero, que están produciendo daños inimaginables en los corazones de otros
millones y millones de seres humanos.
En la Palabra de Dios, [1] encontramos una enseñanza
respecto a lo que pueden significar los efectos de esta “arma”. Claro que
hablamos de la lengua; ese pequeño órgano de nuestro cuerpo que es capaz de
articular y pronunciar las palabras. Sin la lengua, no tendríamos la
posibilidad de comunicarnos y bendecir o maldecir, animar o aplastar, destruir
o restaurar a nuestros semejantes. La lengua en un momento dado, puede
ser el oportuno consuelo ante el dolor, pero también puede ser el arma mortal
que mata despiadadamente.
Una palabra dicha con sinceridad y amor en una oportunidad para
animar, consolar y hasta salvar a una persona. Asimismo, una palabra
despreciativa, hiriente, inoportuna o mal intencionada, puede hacer tanto
mal, que podríamos herir a muchas personas. Esa bendición de poder pronunciar
palabras, es uno de los mayores tesoros que Dios nos dio, especialmente porque
nos permite transmitir amor, animo, consuelo y buenos consejos.
En conclusión, así como se puede bendecir con una misma cosa
también se puede maldecir, es por eso que debemos cuidar nuestra forma de
expresión hacia las demás personas ya que podemos herir, pero así como se hiere
también se pueden llegar a dar palabras de aliento.
Así que tengamos en cuenta
las palabras de Santiago: Con la lengua bendecimos a nuestro Señor y Padre, y
con ella maldecimos a las personas, creadas a imagen de Dios. De una misma boca
salen bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así. [2]
[1].- Santiago 3.
[2].- Santiago 3:9-10
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