Últimamente me quejo mucho de todo, por el clima, por el
trabajo, los hijos, los amigos, los hermanos de la iglesia, los políticos las
autoridades, del trafico
de Madrid, de mi mismo, resumiendo me quejo de todo.
La mayor parte de nuestra vida nos la pasamos quejándonos de
todo, es como si todo lo que nos rodea nos molestara, sin darnos cuenta nos
volvemos apáticos, indiferentes y de mal humor, y no nos damos cuenta que
quejarse no cambia las situaciones, ni tampoco mejora las cosas, sin embargo
parece que no relaja quejarnos.
Este último domingo
aprendí algo en la iglesia, y es que
perdemos muchos regalos de Dios por nuestras constantes quejas, y además
si pudiéramos entender lo dañino que resulta esta actitud para nuestro
crecimiento espiritual y lo vergonzoso que es delante de Dios, cambiaríamos
inmediatamente, ya que entenderíamos que estamos despreciando lo que Él nos ha
dado.
Israel se distinguió por ser un pueblo quejoso, Ellos se quejaron de Dios y dijeron: ¿Será
capaz Dios de darnos comida en el desierto? (Salmo 78.19)
No recibieron la bendición que Dios les había preparado, porque
no creyeron, se quejaron, desobedecieron, despreciaron las bendiciones de Dios,
y hubo consecuencias negativas por quejarse.
Mientras nos estamos quejando no valoramos las cosas buenas
que tenemos, por ejemplo tengo trabajo, tengo una familia, tengo un hogar,
pensando todo esto llego a la conclusión de que no se dé que me quejo.
Nuestra vida será diferente en la medida que podamos
apreciar y valorar todo lo que tenemos y no lo que no tenemos. Dejemos la queja
y busquemos todo lo hermoso que nos rodea y que es un regalo de Dios.
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