Una de mis grandes aficiones es el atletismo, y el maratón mi
prueba favorita. Cuando se participa en
una carrera tan larga, (42 km, 195 m) se debe tener un plan de carrera que nos
ayude a terminar con éxito la competición. Algo que puede resultar de gran
ayuda es llevar un ritmo constante
durante toda la carrera.
Las dos estrategias más comunes para marcar el ritmo de carrera es comenzar a un ritmo lento y guardar fuerzas para acabar más rápido, o bien, comenzar a un ritmo rápido y terminar con uno más lento. Ambas tienen sus ventajas y riesgos en lo físico y lo psicológico.
Los corredores menos experimentados suelen comenzar la carrera con
un ritmo demasiado optimista y en la segunda mitad tienen que bajar el ritmo
considerablemente. Así que el riesgo de comenzar demasiado rápido radica en que
se podría terminar la última parte de la carrera caminando o en que ni siquiera
se pueda terminar y hay que abandonar.
Entonces parecería que es más seguro seguir una estrategia
opuesta, esto es, comenzar a un ritmo lento y más precavido y terminar a uno
más rápido. No obstante, así se corre el riesgo de acelerar demasiado tarde y
no lograr el mejor resultado posible.
Los grandes expertos aconsejan correr la carrera a ritmo
constante. O sea mantener el mismo ritmo durante toda la prueba, no conseguimos
nada si hacemos la mejor media carrera de nuestra vida a un ritmo por encima de
nuestras posibilidades, si no somos capaces de terminar la carrera. Es
preferible ir a un ritmo constante, adecuado a nuestras posibilidades durante
toda la prueba y terminarla.
Toda esta historia de ritmos y deportes también es válida para nuestra
vida espiritual, es importante llevar un ritmo estable, orando, leyendo la
Biblia, congregándote, sirviendo en algún ministerio haciendo todo
correctamente, todos los días, y digo todos los días, porque de nada nos va a
servir leer, orar muchas horas durante dos días y el resto de la semana nada de
nada.
Hoy si, mañana no, nos lleva a perder el ritmo durante un tiempo, al principio dejas
un día, luego es una semana y cuando perdemos el ritmo corremos el riesgo de
abandonar o no conseguir los objetivos deseados.
Es necesario no acomodarse,
pensar que ya lo hemos conseguido todo, porque nos puede causar problemas
espirituales, puedes dejar de hacer ejercicio físico durante un día, pero ¿en
la vida espiritual? No se puede, no nos podemos dar el privilegio de posterga
la salvación, de posterga nuestra santidad, de estar postergando nuestro tiempo
de devoción a Dios.
Quizá has bajado el ritmo que habías llevado durante un tiempo,
ese ritmo que te estaba dando victorias, tras victorias, ese ritmo que te hacía
sentir seguro en Cristo, pero que por diferentes situaciones de la vida o por una
simple fatiga espiritual o acomodo, has bajado el ritmo en las cosas espirituales. Por esa razón últimamente
quizá te has sentido, sin fuerzas y débil antes los problemas que se te
presentan.
No es tiempo de aparcar las cosas espirituales, es momento de
coger el ritmo espiritual que Dios quiere que mantenga, los tiempos no son
buenos y los que corren hacia la meta, no se detienen a medio camino, sino que
corren y corren hasta llegar a la meta.
Pablo nos aconsejaba como correr esta carrera, con paciencia, (a un ritmo constante sin interrupciones), pero eso si, puestos
los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe.
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