Ayer en el Hospital me preguntaron,
¿Qué motivos tenéis para sostener tanto empeño y convicción de que lo que hacéis aquí merece la pena?
La pregunta era fácil de contestar, Jesús la contesto hace 2000 años y hoy en día también es válida. Un intérprete de la ley preguntó algo a nuestro Señor para tentarle, Maestro ¿Cuál es el gran mandamiento en la ley? El amor a Dios es el primer y gran mandamiento, y el segundo es semejante amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Jesús afirma que estos dos mandamientos son el fundamento de todos los demás.
Por este motivo hacemos las cosas que hacemos, porque amamos a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con toda nuestra mente, y a nuestro prójimo como a nosotros mismo, y de esta forma demostramos nuestro amor, sirviendo al Señor y a nuestro prójimo.
Según un estudio que escuche hace tiempo sobre la parábola del buen Samaritano, el hombre que descendía de Jerusalén a Jericó nos representa a nosotros, los ladrones las fuerzas hostiles, el sacerdote la Ley, el levita los profetas, el Samaritano Cristo. Por otro lado, las heridas simbolizan nuestros pecados.
Este Samaritano “lleva nuestras dolencias y enfermedades” (Mateo: 8.17) y sufre por nosotros. El nos lleva y nos conduce a un mesón, es decir a la Iglesia. Después que hubo curado nuestras heridas, el Samaritano no se marchó enseguida, se quedó todo el día en el mesón cerca del moribundo, y cuando fue a partir pago al mesonero y le dijo, cuídamele y todo lo que gaste de más yo lo pagare. Verdaderamente este guardián de las almas se muestra más cercano de los hombres que la Ley y los Profetas. El se muestra a su “prójimo” tanto en palabras y en hechos.
Pablo nos invita a imitar a Cristo, escuchando esta palabra, “Sed imitadores de mi, así como yo de Cristo” (1Corintios: 11.1), de imitar a Cristo y de tener amor de aquellos que “caen en las manos de los bandidos”, acercadnos a ellos, derramamos el vino y el aceite sobre sus heridas, después los cargamos sobre nuestra propia montura y llevamos su carga, (orando y ayunando).
También, nos exhorta, el Hijo de Dios dirigiéndose a todos nosotros,
“Ve, y haz tú lo mismo”.
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