He estado esta semana en el traumatólogo, (mi rodilla me está
dando guerra). Y aunque mi intención no era escuchar a un grupo de ancianos hablando
intensamente de sus frecuentes dolores y enfermedades me fue imposible no hacerlo. Uno tenía artritis, otro
sufría de indigestión, otro tenía úlceras, otro tenía insomnio, y otros tenían
muchos problemas más. Finalmente, el hombre de mayor edad (su aspecto le
delataba) dijo unas muy sabias palabras: «Piensen en esto, amigos. ¡Todos estos
achaques prueba que la vejez no es para los cobardes!.
Gracias a los progresos de la medicina, la vida se ha
prolongado: ¡pero la sociedad no se ha prolongado a la vida! El número de los
ancianos se ha multiplicado, pero nuestras sociedades no se han organizado
suficientemente para hacerles lugar a ellos, con justo respeto y concreta
consideración por su fragilidad y su dignidad. Mientras somos jóvenes, tenemos
la tendencia a ignorar la vejez, como si fuera una enfermedad, una enfermedad
que hay que tener lejos; luego cuando nos volvemos ancianos, especialmente si nuestros recursos son los justos, o estamos enfermos, o estamos solos, experimentamos las lagunas de
una sociedad programada sobre la eficacia, que en consecuencia, ignora a los
ancianos. Y los ancianos son una riqueza, que no se pueden ignorar.
El Señor conoce y ama a la gente mayor de entre su pueblo;
siempre ha sido así, y a ellos les ha conferido muchas de sus mayores
responsabilidades. En distintas situaciones ha guiado a su pueblo por medio de
profetas de edad avanzada. Él ha necesitado la sabiduría y la experiencia de la
madurez, la dirección inspirada de aquellos que por largos años han demostrado
fidelidad a su evangelio. Dios ha honrado de muchas maneras a los ancianos. En
Génesis 5, vemos que antes del Diluvio la gente vivía cientos de años. Así que
muchos de los patriarcas vivieron muchos años, siendo más fieles a Dios con el
paso del tiempo. Abraham vivió ciento setenta y cinco años, a Isaac ciento
ochenta años, Jacob ciento cuarenta y siete años, y José ciento diez años.
Moisés es conocido por vivir ciento veinte años, los cuales se pueden dividir
fácilmente en tres periodos de cuarenta años cada uno. Josué vivió ciento diez
años. Job vivió ciento cuarenta años, y murió «viejo y lleno de días» (Job 42.17).
A la luz de estos ejemplos, leemos en Proverbios 16.31 que la «Corona
de honra es la vejez que se halla en el camino de justicia». De manera similar,
en Proverbios 20.29, el sabio escribió: «La gloria de los jóvenes es su fuerza,
Y la hermosura de los ancianos es su vejez».
Energía, ideas nuevas, resistencia, perseverancia, estas son
cualidades que frecuentemente están asociadas con la juventud. Experiencia,
sabiduría, paciencia y perspicacia, son las cualidades que frecuentemente están
asociadas con las personas de edad.
Aunque en muchos estamentos ignoren a las personas ancianas,
la iglesia del Señor los necesita, necesita a los «Timoteos» que son jóvenes,
creativos y optimistas en cuanto a la obra de Cristo. Pero también necesitamos
a los «Pablos», los que tienen más edad, y debemos escuchar sus palabras de
sabiduría. No debemos pensar que su tiempo de apogeo ya ha llegado a su fin.
Ellos todavía tienen conocimiento que compartir y prudencia que revelar incluso
si sus cuerpos les reducen el paso y sus mentes no son tan claras como las
fueron antes.
Deseamos que los años en el ocaso de su vida sean
maravillosos y gratificantes. Oramos para que sientan el gozo que da una vida
bien vivida y llena de buenos recuerdos. Esperamos que sientan la paz que el Señor ha prometido
a aquellos que continúen esforzándose por guardar sus mandamientos y seguir su
ejemplo. Esperamos que sus días estén llenos de cosas para hacer y que
encuentren maneras de servir a aquellos menos afortunados. La edad casi siempre
mejora a las personas, porque el caudal de sabiduría y experiencia sigue
ensanchándose y creciendo al servir a los demás.
Que Dios les bendiga.
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