Hace algún tiempo en Twitter publique un tweet sobre lo que
personalmente pienso sobre la homosexualidad, eso sí, sin insultos, ni
reproches sin recomendaciones, simplemente y llanamente mis pensamientos que
como cristiano tengo respecto a este tema. Nunca en los años que llevo en las
redes sociales tuvo tanto “éxito” pues fue retwitteado por miles y miles de
personas y los comentarios alcanzaron unas cifras inimaginables para mi mente.
También debo confesar que no fueron muy agradables los
comentarios, desde desearme la muerte hasta acordarse de mi familia y aún
algunos más fuertes. Sí, es verdad vivimos en una democracia con una libertad
de expresión reconocida por la Constitución, pero eso no nos da derecho a
insultar como si no hubiese un mañana. De la libertad de expresión a la vía
rápida del insulto solo hay un corto espacio. No es cuestión de represión ni
mordazas. Sólo es cuestión de educación y empatía. Simplemente se trata de
respeto. Ese con el que tanto se nos llena la boca y que siempre pedimos hacia
nosotros o los nuestros.
Pero también es verdad que las Sagradas Escrituras nos
enseñan que seremos odiados, discriminados, que nos insultaran y nos
desprestigiarán, por causa del Hijo del hombre. (Lucas 6.22)
La falsedad y la burla son dos de las armas favoritas y más
viejas del diablo. “Es mentiroso, y padre de mentira” (Juan 8.44). Durante todo
el ministerio terrenal de nuestro Señor, vemos cómo esas armas se emplean
continuamente contra Él. Se le llamó “comilón, y bebedor de vino” y “amigo de
publicanos y de pecadores”; se le despreció llamándole “samaritano”. Las
escenas finales de su vida no fueron sino acordes con todo su pasado. Satanás
provocó a sus enemigos para que a sus heridas añadieran insultos; en cuanto se
le declaró culpable, amontonaron sobre Él toda clase de atroces humillaciones:
“le escupieron en el rostro, y le dieron de puñetazos” “le abofetearon” y se
mofaron de Él diciéndole: “Profetízanos, Cristo, quién es el que te golpeó”.
(Mateo 26.67-68)
¡Qué asombroso y qué extraño suena todo esto! Qué asombroso
que el Hijo de Dios se hubiera de someter voluntariamente a tales humillaciones
para redimir a semejantes pecadores despreciables como nosotros. Y no menos
asombroso es el hecho de que cada pequeño detalle de aquellos insultos había
sido profetizado 700 años antes de que se pronunciaran, 700 años antes, Isaías
había escrito: “No retiré la cara de los que me insultaban y escupían” (Isaías
50.6).
Toda esta historia la recoge la Biblia en el Evangelio de
San Mateo 26.57-68, y de este pasaje sacamos una conclusión práctica. No nos
sorprendamos nunca si tenemos que soportar burlas, insultos y calumnias, por
pertenecer a Cristo. “El discípulo no es más que su maestro, ni el siervo más
que su señor” (Mateo 10.24). Si sobre nuestro Salvador se amontonaron mentiras
e insultos, no debe asombrarnos que las mismas armas se sigan utilizando contra
su pueblo.
Una de las principales maquinaciones de Satanás es manchar
las reputaciones de los hombres piadosos para conseguir que se les desprecie:
las vidas de muchos hombres y mujeres cristianos nos proporcionan abundantes
ejemplos de esto. Si alguna vez se nos llama a sufrir de tal modo, aguantemos
con paciencia. Estaremos bebiendo de la misma copa que bebió nuestro amado
Señor. Pero hay una gran diferencia: en el peor de los casos, nosotros solo
habremos tomado un pequeño sorbo amargo; Él bebió la copa hasta la última gota.
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