Publicar o no publicar? La pregunta que me surge es:
¿deberíamos publicar en las redes sociales todas nuestras buenas obras? Esta
semana leía como un gran Ministerio publica regularmente el trabajo que como
cristianos no toca que hacer. Con grandes alardes publica como entregan
muebles, comidas juguetes y toda clase de enseres a familias necesitadas. En
una de estas publicaciones uno de sus seguidores le dejaba claro que el
objetivo en todas nuestras buenas obras nunca es simplemente el bienestar
temporal y material de la persona que nos importa, sino que Dios sea
glorificado.
Por su parte el responsable de dicho Ministerio aludiendo al
pasaje donde se dice que somos la luz del mundo y que nuestra luz tiene que brillar delante de
los hombres, para que vean sus buenas acciones y glorifiquen a su Padre que
está en los cielos”. (Mateo 5.14-16). Más o menos se refería que el Ministerio
el cual dirige publicaba sus buenas obras con el único fin de que las personas
vean a Dios por encima de todo.
No voy a entrar en quien tiene razón o quien no la tiene,
pero quiero decir una cosa que me llamo mucha la atención y que me dio la
solución a mi inquietud. En la publicación había más de 1000 comentarios, no
leí todos, pero si la mayoría en la que daban las gracias al responsable del
ministerio citado, olvidando al que verdaderamente le tenemos que dar todo
honor y gloria. O sea que no se estaba cumpliendo el propósito por el cual se
estaba publicando las buenas obras.
Tenemos que tener mucho cuidado, podemos dar fe de la
naturaleza engañosa de nuestro propio corazón cuando se trata de hacer el bien.
Nuestros corazones están tan retorcidos y perversos que el bien que hacemos a
los demás a veces está diseñado para hacernos bien a nosotros mismos. Damos
nuestro dinero para que otros hablen de nuestra generosidad; damos de nuestro
tiempo para que otros nos honren; Invitamos a personas a nuestros hogares para
que se jacten de nuestras lujosas posesiones.
Jesús abordó esta tentación en su día. Habló de aquellos que
aman dar generosamente a la obra del Señor, pero hacerlo solo con gran
fanfarria, con gran publicidad, al son de las trompetas. Habló de otros a
quienes les encanta orar, pero solo en público, solo en las esquinas, solo
donde puedan ser vistos y honrados por todos los transeúntes. A esas personas
les dijo que es mucho mejor dar y orar en secreto, porque entonces recibirán
las bendiciones que Dios dispensa en secreto. Pero si dan y oran solo para ser
vistos y afirmados por el público, esa afirmación pública fugaz es toda la
bendición que recibirán ahora y en la eternidad.
Por lo tanto, el bien que hacemos por los demás debe hacerse
en secreto en la medida de lo posible. Un millón de euros impreso en un cheque
de gran tamaño y exhibido ante la prensa tiene mucho menos valor a los ojos de
Dios que cien euros entregados en secreto. Un regalo rico no es un regalo en
absoluto si su propósito es mejorar la reputación del que lo da. La blanca de
la viuda es un gran tesoro cuando se da en secreto por el más puro de los
motivos. Asimismo, las mejores de nuestras oraciones son las pronunciadas en
silencio en nuestros armarios, conocidas solo por nosotros mismos y por el Dios
que escucha. La oración privada más sencilla pronunciada desde lo más profundo
de un corazón contrito y quebrantado es mucho más preciosa que la oración
pública más elocuente pronunciada desde un corazón orgulloso. Dios pesa el
corazón antes que el don o las palabras.
Nuestro llamado no es acumular buenas obras, no acumularlas
y contarlas como un avaro con su dinero. Más bien, es hacer el bien con
liberalidad y generosidad, y dejar la contabilidad a Dios, porque él es quien
promete recordar cada palabra, cada acción, cada oración, cada don.
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