Conocí a una señora ya entrada en años que vestía como una
adolescente, no es que fuera algo malo, pero si llamaba mucho la atención sus
minifaldas, sus pantalones ceñidos de cuero y sus blusas súper-escotadas,
(personalmente creo que era una mala elección sin importar la edad) Yo que
debía acompañarla por motivos laborables me daba cuenta de su falsa moda, y de
los rumores que levantaba allí donde fuéramos. Todos, su familia, sus amigos,
sabíamos que tenía un problema. Hablamos sobre eso entre nosotros. Pero nunca
llegamos a abordar el problema con ella.
Por supuesto, que la forma en que nos vestimos generalmente
no es tan importante. Si nuestro atuendo no es de la última moda o nuestra
camisa es demasiado grande, ¿a quién le importa?
Pero, ¿qué pasa con las cosas que realmente importan? ¿Qué
pasa cuando ves a un amigo haciendo algo que no solo es vergonzoso, sino que
está mal?
A nadie le gusta que le digan que ha cometido un error o que
ha fracasado. A nadie le es plato de buen gusto tener que escuchar de otros lo
mal que hemos hecho algo o lo equivocado de nuestras decisiones. Por regla
general, el ser humano no desea ser reconvenido, regañado o acusado, ni
siquiera aunque las personas que lo hacen lo hagan con razón. Pero la palabra
de Dios es muy clara a este respecto: “Vale más reprender con franqueza que
amar en secreto. Más se puede confiar en
el amigo que hiere que en el enemigo que besa” (Proverbio 27.5-6)
Un buen amigo, un amigo de verdad, alguien que te aprecia
que te tiene en estima no permanecerá impasible viéndote participar en un
comportamiento pecaminoso, y mucho menos compartir tu comportamiento. La
persona que hace eso no es nuestro amigo, sino un enemigo de nuestra alma. Tal
vez sea el miedo a no querer perder la amistad, y nos justificamos diciendo,
quienes somos nosotros para juzgarle. Sea lo que sea, Dios nos llama para que nos preocupemos más por el alma de nuestro
hermano que por su consuelo. Podemos amar, abrazar a nuestros
"amigos" hasta la muerte pasando por alto su pecado, y solo será para
nuestra vergüenza y su destrucción. Aprendamos la exhortación que nos hace el
escritor de hebreos: “Antes exhortaos los unos a los otros cada día, entre
tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño
del pecado”. (Hebreos 3.13).
Elige a los amigos que te amarán lo suficiente como para ser
sinceros y honestos contigo cuando te caigas. Si no lo hacemos y no rodeamos de
personas que pasan de largo nuestros pecados, o peor aún, que comparten los
mismos pecados que nosotros, estamos cavando su propia tumba y la nuestra. (Ezequiel
3.20)
Jesús era amigo de los pecadores, pero en los Evangelios
nunca se ve que Jesús pasara por alto el pecado de ellos. La gente se sintió
atraída por Jesús no porque hizo la vista gorda ante sus iniquidades, sino
porque les trajo gracia y perdón. Rodéate de amigos que no temen herirte confrontando
tu falta, pero (y esto es igualmente importante) que saben consolarte con el
evangelio del amor de Dios. Oremos para que Dios no solo nos dé este tipo de
amigos, sino que también nosotros nos convirtamos en uno de ellos.
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