En el libro del profeta Isaías nos encontramos un mensaje
lleno de esperanza. Es una invitación para todos aquellas personas que están fuera
de su hogar, de sus familias, de sus amigos, personas que han tenido que huir
de guerras, del hambre, buscando una nueva oportunidad para llevar una mejor
vida. Es la invitación del Señor expresado por boca del profeta para todos
nosotros: «Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios, ir y decirles con
cariño que su esclavitud ha terminado, que ya han pagado por sus faltas» (40.1-2).
Con estas palabras el
profeta se dirige al pueblo en exilio, anunciándoles el gozo de la liberación.
El tiempo de la desesperación de la tribulación ha terminado; el pueblo que ama
a Dios puede mirar con confianza hacia el futuro: le espera finalmente el
regreso a su hogar, a su familia, la victoria se ha conseguido.
Isaías se dirige a gente que atravesó un período oscuro, que
sufrió una prueba muy dura; pero ahora llegó el tiempo de la consolación. La
tristeza y el miedo pueden dejar espacio a la alegría, porque el Señor mismo
guiará a su pueblo por la senda de la liberación y de la salvación. ¿De qué
modo hará todo esto? Con la solicitud y la ternura de un pastor que se ocupa de
su rebaño. Él, en efecto, dará unidad y seguridad al rebaño, lo apacentará,
reunirá en su redil seguro a las ovejas dispersas, reservará atención especial
a las más frágiles y débiles (VS. 11). Esta es la actitud de Dios hacia
nosotros, sus criaturas. Por ello el profeta nos invita a difundir entre el
pueblo este mensaje de esperanza: a dejar espacio en nuestro corazón a la
consolación que viene del corazón de Dios.
Hoy más que nunca tenemos que ser testigos de la misericordia
y del amor de Dios, llevarles esa esperanza a los resignados, a los desanimados,
a los más necesitados. Todos estamos llamados a consolar a nuestro prójimo,
testimoniando que sólo Dios puede eliminar las causas de los problemas
cotidianos.
¡Él puede hacerlo! ¡ÉL es poderoso!
El mensaje de Isaías es un bálsamo sobre nuestras heridas y
un estímulo para preparar con compromiso el camino del Señor. El profeta, en
efecto, habla hoy a nuestro corazón para decirnos que Dios olvida nuestros
pecados y nos consuela. Si nosotros nos acercamos a Él con un corazón sincero,
honesto y arrepentido, “Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean
borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de
refrigerio” (Hechos 3.19). Él derrumbará los muros del mal, llenará los vacíos y
abrirá el camino para encontrarnos con Él.
Es curioso, pero muchas veces tenemos miedo a la
consolación, de ser consolados. Es más, nos sentimos más seguros en la tristeza
y en la desolación. ¿Sabéis por qué? Porque en la tristeza nos sentimos casi
protagonistas. En cambio en la consolación es el Espíritu Santo el protagonista.
Es Él quien nos consuela, es Él quien nos da la valentía de salir de esa
intranquilidad. Él es quien nos conduce a la fuente de agua viva. "Si alguno
tiene sed, que venga a mí y beba! De aquel que cree en mí, como dice la
Escritura, brotarán ríos de agua viva" (Juan 7.37-38). Cuando nos acercamos a
Él, Él nos dará a beber y nunca volveremos a tener sed. Por lo tanto, aceptando
la plenitud de las bendiciones que Jesús ofrece, Él saciará plenamente y
permanentemente la sed profunda del alma humana. Vamos a encontrar la paz y nos
convertiremos en fuente de bendición para los demás, al igual que la mujer en
el pozo se convirtió en una bendición para aquellos en donde ella vivía.
El oficio de consolar se ejercita visitando al preso, acompañando
al enfermo, abriendo caminos de esperanza a los más necesitados. Consolar es
ofrecer el testimonio de lo que Dios ha hecho y hace en nosotros; es ofrecer la
propuesta de Jesucristo como buena noticia para quienes sufren. Consolar es
nuestra misión; una misión que nos llena de esperanza, que nos hace desbordar
de gozo, que nos ilusiona porque, a medida que recorremos el camino, podemos
descubrir que el Señor hace brotar su justicia. Consolar tiene mucho que ver
con mostrar la posibilidad real y concreta de otra vida posible, que estamos
llamados a construir, en la vida de los que necesitan ser confortados.
(*).- Centro de Internamiento de Extranjeros.
(*).- Centro de Internamiento de Extranjeros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario