El evangelio de Marcos capítulo 10 versículo 46, cuenta
que fueron a Jericó, Jesús, sus discípulos y una gran multitud.
Este versículo deja muy claro que ciertamente hay
discípulos, pero que hay “otros” entre los que vienen al Señor, y a los cuales
la Biblia llama: multitud.
Hoy en día también hay discípulos de Cristo, que permanecen
en la Palabra de Dios y se mantienen fieles a sus enseñanzas. El
significado de un discípulo literalmente se traduce como “un aprendiz” “el que
sigue las enseñanzas de alguien”…. En términos bíblicos, un “discípulo” es un
creyente que sigue las enseñanzas de Cristo.
Pero también hay una gran multitud, (les llamaremos
seguidores), que asisten a la iglesia, hablan como cristianos, se comportan
como cristianos, pero no son discípulos de Cristo.
Si bien es fácil ser un seguidor de Jesús y pasar como un
cristiano genuino, no es menos cierto que Dios sabe quién es y quién no lo es. Ser
un seguidor de Jesús no salva, ni siquiera es el mensaje evangélico que salva, es la conversión genuina, sincera y honesta la
que salva.
Ser seguidor de Cristo es fácil, hablar como un buen seguidor se adquiere con
relativa facilidad, aprendes a hablar como evangélico, diciendo cosas como “Bendiciones
hermano” yo cuento con el Señor para todo”…
Cambias tu forma de vestir los domingos y los miércoles
cuando asistimos a la iglesia. Los fines de semana tienes licencia para
vestir sensual, y nadie se dará cuenta
porque ya todo el mundo sabe que en esos días se puede vestir inapropiadamente.
Aceptas a Jesucristo en tu corazón, sin arrepentirte ni pedir perdón por tus
pecados, estos piensa que invitando a Cristo a entrar en su corazón, es
suficiente para entrar en el reino de los Cielos.
Los seguidores dejan a un lado los pecados “gordos” como
emborracharte, las drogas y el adulterio. Pero disfrutan de ciertas facetas en su
vida que aunque no le agranda a Dios, no les afecta como seguidores de
Jesucristo.
Mucha gente va a llegar al tribunal de Cristo, 100% convencida
de su salvación, hasta el punto que al ver a Cristo se dirigirán a Él
llamándole “Señor, Señor (Lucas 6.46)”, sin embargo, se van a asombrar cuando
Cristo le diga “aquí no hay sitio para ti”. Me sorprende como el texto dice que
muchos le dirán “Señor, Señor”. No algunos, sino muchos. Estas personas estarán
tan convencidas que incluso dirán “pero Señor, en tu nombre predicamos, en tu
nombre echamos fuera demonios y en tu nombre hicimos muchos milagros”, trayendo
como evidencia esas obras. Y el Señor, les dirá, nunca te reconocí como mi
oveja (Mateo 7.21-23).
¿Por qué? Cristo da la respuesta:
Mientras venías a la iglesia y oías mi mensaje, mientras
ibas a consejería y oías lo que debías hacer como esposo, mientras ibas a
grupos de jóvenes y oías lo que debías de hacer, permaneciste en la frivolidad
de la vida. Pensabas que decir amén a las doctrinas, escuchar los sermones y cantar las canciones, era suficiente, y que
eso lo que te iba a proveer salvación.
Cuando Jesús nos dice: No todo el que me dice: Señor, Señor,
entrará en el reino de los cielos, nos está
alertando contra el autoengaño, una mera profesión verbal de fe, sin obediencia
a la voluntad de Dios. Es posible que hasta una persona que se engaña a sí
misma pueda ejercer un ministerio espectacular, usando la autoridad de las
Escrituras y el nombre de Jesús, sin caminar por la senda de un discipulado
obediente.
Pero este es el reto que tenemos. El reto de ser verdaderos
discípulos de Cristo que, además, constituye un privilegio. Para
aquellos que amamos hacer la voluntad de Dios, el Cristianismo no es una carga
ni una obligación, es un privilegio.
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