Hace unos días se han entregado los premios Óscar, también llamados «premios de la
Academia», son unos premios concedidos por
la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas, en reconocimiento a la excelencia de
los profesionales en la industria cinematográfica, incluyendo
directores, actores y escritores, y es ampliamente considerado el máximo honor
en el cine.
Para los estudios, agentes, managers y actores ganar el Óscar no solo significa, dinero y
fama, sino que les reconozcan como los mejores, esto es algo que el hombre
siempre ha anhelado, que le “reconozcan” o que le den el “titulo” del mejor del
mundo.
Todos tenemos una necesidad de reconocimiento, necesidad de que
reconozcan nuestras cualidades y actitudes, nos gustan que nos pongan
“títulos”, y si no, no los ponen, no los ponemos nosotros mismos.
Un día me invitaron a presentar a un hermano para el cargo
en una institución cristiana, cuál fue mi sorpresa a leer el currículo del
citado hermano que me negué por completo a leer los “títulos” y
“reconocimientos”, dicho hermano pensaba que le concederían el cargo por los títulos
que representaba.
Pero hay un titulo,
un reconocimiento que todos deberíamos anhelar. El apóstol Pablo le escribe al
joven Timoteo, y entre muchas cosas que sin duda hicieron sacudir al corazón de
éste joven predicador fueron estas palabras: “Oh hombre de Dios” [1]. Sin duda
alguna que esto le hizo sentir un escalofrío desde la cabeza hasta los pies, le
hizo sentir un peso más grande de responsabilidad ya que alguien de mucho
respeto le estaba llamando “Hombre de Dios”. Quizás este título de “hombre de Dios” no de tanta fama como los Oscar, ni tanto dinero,
ni se reconozca tanto, pero ten seguro
que por muchos días hará resonar en tus oídos y en tu corazón las Palabras “Hombre
de Dios”, el título más honroso que se le puede dar a un hombre.
Personalmente nunca me han dado un premio, ni se me ha
reconocido ningún merito, no tengo ningún título, ni académico, ni cultural, ni
espiritual, pero si quiero que el día de mañana cuando parta a la presencia de
Dios en vez de ponerme cruces y en vez de escribirme en el epitafio descanse en
paz, me reconozcan con el titulo de hombre de Dios.
[1].- 1 Timoteo 6.11-12
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