El otro día estuve en
el hospital, esta vez no fui a visitar a nadie, estuve para hacerme una
revisión. Estaba esperando que me llamase el médico cuando una Sra. entro
pidiendo ayuda y gritando, ¡intento de suicidio!, ¡intento de suicidio!,
inmediatamente salieron unos celadores que se llevaron a una chica joven.
Pasaron unos treinta minutos cuando salió la madre de la
joven ya más tranquila pero sin dejarse de preguntar, que es lo que habían
hecho mal con su hija para que esta hubiere tomado esa decisión. Decía la hemos
llevado a los mejores colegios, ha tenido todo lo que ha querido, la hemos
educado con todo nuestro corazón, ¿en que hemos fallado?
Cuántas veces hemos oído esta misma historia, hijos que no cumplen las perspectivas de los padres, padres que asumen la responsabilidad de las malas conductas y los errores de sus hijos, y se preguntan continuamente: ¿qué he hecho mal? Y no siempre lo hacemos todo mal, pero si hay que reconocer que aún habiéndolo hecho todo bien, nuestros hijos, a veces, deciden tener una conducta inadecuada.
Hay una parábola en la Biblia, [1], que nos habla de que un hombre sembró buena semilla en el campo pero mientras dormían, vino su enemigo y sembró cizaña entre el trigo, y se fue. Y cuando salió la hierba y dio fruto, entonces apareció también la cizaña. Esta parábola es muy explícita con el tema que estamos tratando, estoy seguro que hemos sembrado en la vida de nuestros hijos las mejores semillas, pero no siempre podemos estar pendientes de ellos, en el colegio, en la universidad, en sus momentos de ocio, ahí es cuando el “enemigo” aprovecha y siembra la cizaña. ¿Pero, es que no sembramos lo mejor en el corazón de nuestros hijos?
Podemos hacer pronósticos referentes al futuro de nuestros hijos, pero la vida depende de múltiples variables que influyen en nuestro aprendizaje. Podemos dejarles al amparo de la propia naturaleza (de su propio ritmo vital), podemos dejarnos intimidar por sus gritos o excusas, pero también podemos hacer algo más por ellos, orar por nuestros hijos.
Una de las responsabilidades que tenemos como padres, es llevar a nuestros hijos a la presencia de Dios en oración. Cuando clamamos delante de Dios, debemos tenerles en cuenta, pedir que les guarde, que les proteja de la cizaña, que les oriente y permita que ellos tengan una experiencia personal y transformadora con el Señor Jesucristo.
Un ejemplo claro lo hallamos en la vida de Job La Palabra de Dios dice que “… acontecía que habiendo pasado el turno de los días del convite, Job enviaba y los santificaba, y se levantaba de mañana y ofrecía holocaustos conforme al número de todos ellos. Porque decía Job: Quizá habrán pecado mis hijos, y habrán blasfemado contra Dios en sus corazones. De esta manera hacía todos los días” [2]. Que buen ejemplo para todos los padres, debemos proteger a nuestros hijos de que el enemigo siembre cizaña y salga malas hierbas, y con nada mejor que con el poder de la oración.
Si intercedemos a favor de nuestros hijos, veremos los resultados. Y pedir en oración por ellos, implica también decirle a nuestro Señor que necesitamos la sabiduría necesaria para educarlos y a su vez, que El, con su poder ilimitado, produzca en ellos aquellos cambios que humanamente no podemos producir ni usted ni yo.
[1].- Mateo 13.24
[2].- Job 1.5
Muchas gracias por esta enseñanza, cuanta verdad hay en ello. Debemos pedirle siempre a Dios por nuestros retoños.
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