Nos gusta pensar que somos hombres y mujeres de carácter, que no nos dejamos influenciar por la publicidad, por las modas y las opiniones de los demás. Nos consideramos personas con principios claros y definidos, que no cedemos ante los anuncios e ideas que nos quieren imponer, o a comentarios que otros vierten en nuestra persona.
Y claro, también nos preocupa bastante lo que otros cristianos piensan de nosotros, ¡en especial aquellos con los cuales nos congregamos! Seguramente que, recibiríamos con agrado expresiones como “Gracias a Dios por usted hermano que es un gran evangelista”, “Qué alegría trabajar con una hermana llena del Señor como usted”, “Usted sí que es un creyente de todo corazón”, “Usted es un pilar en nuestra iglesia”, “Usted es para nosotros un ejemplo de una vida santificada”, “¡Qué mujer tan virtuosa es usted!”.
Es posible que los hermanos con quienes nos congregamos nos describan como “doctrinalmente profundos y muy espirituales”.
Tal vez nuestros compañeros de trabajo nos consideren empleados ejemplares. Quizás nuestros vecinos nos tengan como personas responsables
Pero… ¿qué piensa el Señor Jesucristo de nosotros? Lo que somos ante los ojos de Dios eso es lo que importa, lo que piense Dios de nosotros, eso es lo importante, y eso es lo que somos en realidad.
La Palabra de Dios es clara: “Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón” (1 Samuel 16:7).
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