Pues no somos como muchos, que medran falsificando la palabra de Dios, sino que con sinceridad, como de parte de Dios, y delante de Dios, hablamos en Cristo. (2 Corintios 2.17)
Algunos predicadores en los días de Pablo eran "revendedores ambulantes del evangelio" que predicaban sin entender el mensaje de Dios, que utilizaban la palabra con fines de lucro, o sin importarles lo que pudiera sucederles a sus oyentes. No les interesaba tanto expandir el Reino de Dios, sino hacer negocios con la palabra de Dios.
Hoy también existen esos revendedores religiosos a quienes solo les interesa el dinero y no la verdad, hombres que no les importa usar palabras equivocadas que arraiguen en algún corazón y pueda causar daños cuyo alcance desconocemos.
Debemos cuidarnos en todo momento de no distorsionar el mensaje del Señor, para obtener lo que queremos de los demás. Con un corazón entregado a Dios, debemos comunicar con honestidad las verdades espirituales que beneficien a los oyentes.
Aquellos que realmente hablan en nombre de Dios deben caracterizarse por su integridad, humildad y responsabilidad, y no deberían predicar nunca por motivos egoístas.
Compartir el Evangelio tiene que ser un beneficio para los demás, no para nuestra prosperidad.
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