No se si os ha pasado alguna vez, que habéis estado predicando el evangelio, en algún sitio y habéis tenido la sensación de que no merecía la pena por el poco interés que demostraba la personas allí congregadas. ¡Yo si, muchas veces, hasta el punto de llegar a desanimarme. Cuando ministraba en centros penitenciarios me daba cuenta de que muchos de los que asistían a los cultos solo iban, o por hacer algo diferente, o porque pensaban que nos podían sacar algo para su beneficio, cuando hacíamos campañas en barrios castigados por las drogas, pensaba que se acercaban a nuestro furgón y aguantaban la charla por el vaso de Cola Cao caliente, pero que en realidad les importaba muy poco aquellas palabras de que Dios podía cambiar sus vidas.
Hoy como cada viernes hemos estado en el hospital visitando a los enfermos, pasamos por una de las habitaciones que en su día estuvimos orando por un hermano que había estado ingresado, nos asomamos y por un momento pensamos que le habían vuelto a ingresar, la misma habitación, la misma cama, corpulento y leyendo un libro, pero no, no era el, pero si era otro hermano que le habían ingresado en la misma habitación y en la misma cama, nos presentamos y hubo un momento que Emilio, así se llama el paciente se quedo un poco pensativo, me miro fijamente y me dijo, yo te conozco Esteban, de Alicante, halla por el año 1998. Emilio es uno de esos hombres que me hacían pensar si verdaderamente el amor de Dios pudo haber tocado su corazón, perdí su pista si llegar a saberlo, pero después de 12 años he podido comprobar que si merecía la pena todo aquello que hacíamos, que el milagro lo hace el Señor, nosotros solamente tenemos que sembrar, y pensar que cuando tiramos el pan sobre las aguas, nunca sabes cuando será devuelto a ti. Dios es tan grande que puede cubrir todo el mundo con su amor y a la vez tan pequeño para entrar en tu corazón. Emilio nos comentaba que no lo estaba pasando muy bien, y que estaba orando porque el Señor le pusiera ha alguien a su lado para poder consolarle, pues el Señor nunca le abandono en sus momentos de soledad.
Cuando estas al borde del acantilado, confía en Dios plenamente y déjate llevar. Sólo una de dos cosas te van a suceder, o El te sostiene cuando tu te caes, ¡o te va a enseñar a volar.
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