Así ha dicho el Señor: Maldito el varón que confía en el
hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta de Jehová. (Jeremías
17.5). En quien estamos depositando nuestra confianza. ¿Confiamos más en los
gobernantes de nuestra nación, y no en la provisión que viene del Señor?
¿Nuestra fe está en un hombre o en él que diseño al hombre? El hombre comete
errores y las consecuencias de esos errores son a veces muy nefastas no
solamente para él sino para todos aquellos que están a su alrededor. Es lo que
podemos denominar “daños colaterales”.
Hace unos días salto la noticia que involucra al Apologeta Ravi Zacharias, de un comportamiento sexual
inapropiado sobre tres mujeres. En la investigación que realizo para esclarecer
los hechos el Ministerio RZIM que él mismo fundo asegura que Ravi Zacharias incurrió en conducta sexual
indebida contra estas tres mujeres. Todo este escándalo ha dejado tocado al
Ministerio que él mismo fundo y que ha tenido que tomar medidas dentro de sus
propias filas, cambiando el nombre, resarciendo daños a las víctimas y expulsando
a algunos de sus líderes, incluyendo miembros de la familia Zacharias. O dicho
de otra manera, la actitud pecaminosa de Ravi ha producido unos “daños
colaterales” difíciles de asumir.
Y es que sucede a menudo, con demasiada frecuencia, en el
mundo cristiano, cuando un predicador famoso, un autor famoso, un orador
famoso, es expuesto como un hipócrita, como alguien que se aprovecha de la
posición y la prominencia en la que se encuentra para perseguir no recompensas
celestiales, sino deseos carnales, tesoros que se desvanecen o poder fugaz.
Cuando se exponen, es como esas olas del mar que llegan a las rocas produciendo
un gran impacto un gran chapoteo, una gran perturbación.
En la primera ola, la de mayor impacto, donde se produce mayor
peligro y mayor dolor, están las personas que fueron dañadas más grave y
directamente: víctimas que fueron aprovechadas, ministerios que fueron
defraudados, seguidores que fueron pisoteados. A menos que los miembros de la
familia sirvieran como cómplices de las fechorías, ellos también son víctimas
de la lujuria de la codicia, del pecado. Son estas personas las que sienten la
mayor ola de dolor y tristeza, las más perjudicadas, las más heridas, las más
dañadas, las más dignas de nuestra más sincera empatía.
Pero, desgraciadamente, el daño no termina con ellos, porque
las olas siguen fluyendo siempre hacia afuera. Aunque la fuerza de las olas
puede disminuir a medida que avanzan, todavía son lo suficientemente fuertes
como para sacudir e incluso alterar la fe de quienes las encuentran. Aquí encontramos
gente que admiraba a ese pastor, a ese maestro, aquellos que leían sus libros y
escuchaban sus sermones, cuyas mentes fueron moldeadas, cuyos corazones fueron
formados, por tan buenos consejos ¿Puede nuestra fe ser genuina cuando dependía
sustancialmente de la enseñanza de alguien que ahora ha demostrado ser falso?
Pero incluso entonces las olas aún no se han disipado por
completo, ya que irradian a aquellos que quizás nunca hayan conocido a la
celebridad, pero que son miembros de la iglesia universal y que saben que su
testimonio ahora se ve empañado por la hipocresía de esa persona distante.
Saben que sus amigos y familiares incrédulos ahora tienen razones para dudar de
su fidelidad debido a la infidelidad bien publicitada de esa celebridad. Los
ministerios, radio y televisiones revisan sus archivos para eliminar mensajes
que alguna vez se consideraron poderosos pero que ahora se consideran
hipócritas. Incluso en todo el mundo, los propietarios de librerías se ven
obligados a asumir pérdidas por títulos que ya no se venderán. Las olas
continúan hasta que por fin rompen contra las rocas.
Podemos ver como son muchos y variados los daños colaterales
que produce el pecado en aquellos que han sido elevados a posiciones de
prominencia, porque cuanto más alta es su plataforma, mayor es la fuerza de su
colapso, cuanto más amplio es su alcance, más visible es su caída.
Hay una forma que podemos evitar que esas olas no impacten
en nuestras vidas, no fijemos nuestros ojos en ningún hombre por muy buen
pastor que sea, porque sea el conferencista mejor del mundo o el gran autor de
best-sellers, no veamos su popularidad como algo sagrado, no veamos su
integridad como algo esencial, fijemos nuestros ojos en el autor y consumador
de nuestra Fe, Jesucristo, Él no nos va a defraudar, ni nos va a producir daños
colaterales dañinos, al revés gracias a su muerte en la cruz del calvario nos
dio vida y vida en abundancia.
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