Hay una pregunta en el aire en el mundo cristiano, muchos se
preguntan: ¿Es correcto que las congregaciones suspendan sus reuniones por el
coronavirus? Son muchos, unos 4000
lugares de culto evangélicos que han cerrado sus locales suspendiendo todos los
cultos, reuniones, y demás actividades presenciales por un mínimo de dos
semanas.
Sin embargo algunas, las mínimas (la información que tengo son tres en
el territorio Español) decidieron mantener sus locales abiertos aludiendo entre
otras cosas que, en una situación de crisis como la actual donde todo el mundo
está verdaderamente preocupado, ellos trata de buscar una solución, reuniéndose
porque «ellos creen en el poder de Dios». Por otro lado decenas de vecinos de
la barriada de las tres mil viviendas, una de las más humildes de Sevilla, se
juntaron en la calle cantando el pasado miércoles, “Jesús, sana mi cuerpo, sana
mi alma” desafiando la cuarentena impuesta por el estado de alarma.
Como siempre que ocurre esto hay opiniones para todos los
gustos. Pero si tenemos en cuenta que estamos confinados en nuestros hogares
por Real Decreto, y solo salimos para comprar alimentos o medicamentos, es
absurdo que por otro lado rompamos la cuarentena para congregarnos cuando
tenemos otros medios para cantar, alabar, enseñar y orar, y así respetar las
ordenanzas.
Personalmente la congregación a la cual asisto hemos sido
rigurosos con las normas establecidas por Ferede y las del Real Decreto y hemos
suspendidos todas las reuniones hasta nueva orden. Valorando esta decisión me
pregunto ¿Hicimos lo correcto? Yo creo que sí, por las siguientes razones:
Para proteger a nuestras familias, a nuestro prójimo y a
nosotros mismos. Sabemos que este virus no es tan letal como otros, pero si es
mucho más contagioso, por eso es muy recomendable practicar el “distanciamiento
social”. Entonces suspender las reuniones de nuestras iglesias es una muestra
clara de sentido común, en caso contrario sería una autentica negligencia por
nuestra parte.
Otra de las razones es porque la palabra de Dios nos exhortan
a someternos a las autoridades que gobiernan (Romano 13.1-7; 1 Pedro 2.13-14).
Aunque sabemos que hay dos excepciones a ese deber de someternos a las
autoridades: cuando estas nos mandan hacer aquello que Dios nos prohíbe hacer;
y cuando nos prohíben hacer aquello que Dios nos manda hacer. Pero este no es
el caso.
Pero sobre todo por el bien de nuestro testimonio. El mundo
nos observa. Tristemente, se aprovechará de cualquier excusa para hablar mal de
nosotros y, lo que es mucho más grave, para hablar mal de nuestro Señor y su
Palabra, y me limito a esas iglesias que no han respetado las normas establecidas
por Ferede y las del Real Decreto, y que no han hecho nada bien por el
testimonio cristiano. Si queremos tener un buen testimonio, no es suficiente
que evitemos hacer lo malo; tenemos que evitar la apariencia del mal. No
podemos evitar que se hable mal de nosotros, pero lo que sí podemos y debemos
evitar es dar razones para eso.
Las decisiones que tomemos ante el coronavirus pueden hacer
daño a nuestro testimonio, o pueden convertirse en oportunidades para el
evangelio, cuando la gente vea nuestra confianza en el Señor, nuestro amor los
unos por los otros y por nuestros prójimos, y nuestra colaboración como
ciudadanos responsables, seremos un buen testimonio del amor de Dios.
Tampoco estoy diciendo que dejemos de congregarnos, ni de
orar, estoy diciendo que existen otras alternativas como la tecnología que nos
permite estar reunidos sin salir de casa. Nuestra congregación no es una de las
más avanzadas en cuanto al uso de la tecnología, pero eso si con alguna
dificultad hemos hecho nuestro primer culto de oración en directo con varios
hermanos. Y estamos aprendiendo a hacer reuniones de discipulado, estudios
bíblicos y consejería.
¿Que no es lo ideal?, estoy de acuerdo. Nada puede
reemplazar reunirnos en persona para adorar a nuestro Dios. Pero en la
situación que vivimos actualmente la tecnología nos ayuda a mantenernos en
comunión y edificarnos unos a otros.
Es bueno y correcto que nosotros lamentemos la interrupción
de nuestros cultos dominicales y demás reuniones y actividades. Lo malo sería
que no lo echáramos de menos. Estos tiempos alejados de nuestros templos son
tiempos de prueba: de nuestra confianza en el Señor, de nuestro amor por
nuestros hermanos y por nuestros prójimos, y de la realidad de nuestra
profesión de fe.
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