Esta semana he tenido una conversación muy interesante, intentaba hacer entender a una señora que la salvación que nos da el Señor es gratuita, sin ningún coste, por medio de la fe en Cristo Jesús. Cuando esta señora se da cuenta de que Dios nos salva mediante la fe, empiezan a inquietarse, y a hacerse un montón de preguntas. "¿Tengo suficiente fe?", se preguntan. "¿Es mi fe suficientemente sólida para salvarme?"
Mi respuesta fue, no es “nuestra” fuerza, ni “nuestra” maneras. Jesucristo es el que nos salva, no nuestros sentimientos ni nuestras obras. Por débil que sea nuestra fe, El es suficiente para salvarnos. Jesús nos ofrece la salvación gratuitamente porque nos ama, no porque la hayamos ganado mediante una fe poderosa.
Hay una experiencia del pueblo de Israel después de su salida de Egipto y durante el tiempo que permaneció en el desierto del Sinaí, (Números 21.4-9) Esta historia nos recuerda el método que se valió Dios para liberar a su pueblo del juicio. Le mando a Moisés que fabricase una serpiente de bronce y que la levantarse de tal modo que todo aquel que la mirase se salvase.
Podemos sacar algunos principios de este ejemplo en lo que se refiere a la fe que conduce a la salvación.
“No es mi fe lo que me salva, sino Jesucristo”, en este ejemplo la persona que mira a la serpiente no está haciendo otra cosa que tomar a Dios al pie de la letra y es precisamente por este motivo por lo que Dios sana a esta persona. Nuestra fe en Dios es nuestra respuesta afirmativa a lo que El dice.
“No es la fuerza de mi fe la que me salva sino Jesucristo” Todo el que miraba a la serpiente era sanado, tanto si lo hacía con una enorme fe, como si lo hacía albergando alguna duda. Todo aquel que deposita su confianza en Jesucristo es salvo, no por causa del poder de su fe, sino por la omnipotencia de aquel en el que se confía.